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Seguimos nuestra vereda. El trayecto que estamos haciendo esta mañana hace dos años era de difícil circulación, y en tiempo algo anterior era a caballo y se tardaba un día en llegar aquí. Cuando veníamos nos encontramos al dueño de estas tierras, nos había dicho que al transitar por un camino, y es éste que nosotros ahora estamos andando, cuando lo caminaba; si estaba llo– viendo, observaba que las aguas bajaban a uno y otro lado, que descendían hasta hacer pequeños arroyos, que en ese camino se dividían las aguas para ir al Guaporé y al Jaurú, a una y otra cuenca. Veíamos que en este paisaje próximo todavía quedaban unos manchones de selva, estábamos en un día de luz y de transparencia en la atmósfera, se descubría la variedad de los verdes, el cami– no nos llevó hasta una pequeña explanada, de unos pocos metros; bajamos una suave pendiente a nuestra derecha, no nos alejamos más de 100 metros, descendimos no más de 6 metros; a esta pequeña distancia del camino las aguas bajaban ocultas bajo la maleza y las flores de agua, se Je escuchaba su rumor, su ruido era limpio, constante, quebradizo, luego subimos y bajamos al otro lado del camino, a la vertiente del Guaporé, tampoco nos alejamos más de 100 metros, también oculta en la maleza se Je oía al agua que bajaba, así que a una distancia no mayor de 200 metros brotaban los manantiales del Amazonas y la cuenca de La Plata. En unos hoyos de esta tierra brotaba el agua; unas vacas bebían; algo más abajo, una casa de campesinos estaba levantada al lado de un breve arroyo: era el agua que bajaba de aquí. Volvimos al camino, estábamos sobre la pequeña explanada, un paisaje igual a uno y otro lado nada de vertientes definidas, todo parecía próximo y amable, los dos grandes ríos nacían aquí así de cercanos, bastaba ahondar un poco este suelo sobre el que estábamos y las tres grandes cuencas americanas quedarían enlazadas. Bien merece este lugar un pequeño esfuerzo por parte del hombre, que hiciera aquí un gesto simbólico de comunicación. que se abriera aquí un poco esta tierra fértil y blanda, que la mano del hombre se ahondara en esta tierra a manera de cuenco, que se encontraran y mezclaran aquí las aguas de estos dos tan cercanos manantiales, a manera de pequeña y común laguna, que se recor– dara aquí a los tres grandes ríos americanos, que ellos son los largos caminos fluviales que entre sí comunican a casi todas las naciones americanas, que fueron las verdaderas vías naturales de pene– tración y comunicación para las primeras razas y poblados que habitaron este continente, ríos lar– gos que señalan el camino y transponen hoy los propios territorios nacionales. Con estas reflexiones volvimos al pueblo de Jaurú, imaginando esa posible recordación a manera de monumento a los ríos americanos. Este es un lugar de llegada para los americanistas, o más exactamente el lugar del encuentro para la gran identidad americana, que si los pueblos son múltiples y diversos, también tienen todos ellos una intrahistoria e historia de identidades. Hicimos unos primeros dibujos, que las aguas se alcanzaran, que los dos manantiales descu– brieran una sola superficie de água, que una piedra fuera imagen de esta América, que por ella des– cendiera, como un meridiano, el itinerario único del Orinoco, Amazonas y Paraguay. Es así cómo informamos de este encuentro, pero todavía buscábamos más certezas. Lanciotti me proporcionó un mapa de esta región, sacado por satélite: ahí vimos los trazados de los peque– ños arroyos que iban a parar al Jaurú y al Guaporé, y vimos que el lugar en donde habíamos dete– nido nuestras atenciones, era también el lugar en donde esos trazados de arroyos estaban más aproximados, aunque no tanto como lo que habíamos podido apreciar tan personalmente. Son mapas que mandaron hacer los hacendados para delimitar sus haciendas, alguna tan grande como para alargarse 100 kilómetros por la margen del Guaporé y tener 90.000 cabezas de ganado. En este día habíamos conseguido encontrar lo que buscábamos. Sabíamos, también, que su– biendo 50 kilómetros el Guaporé desde Puente y Lacerda, está un raudal infranqueable, y que hay también otros en el Jaurú arriba luego de Puerto Esperindao, como Salto Grande, alto y estrecho. Terminábamos el día con la satisfacción de haber llegado a lo que estábamos buscando. Ahora ya podíamos proseguir nuestro viaje y hacer nuestro trayecto final: bajar el Paraguay. 264

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