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to esencial de los orígenes de la reforma capu– china: la confianza en la Providencia. San Francisco sabía que estar "desnudo" ante Dios no significaba "morir de frío". Sabía que el terminar la comida hoy, no preocupán– dose de las provisiones para mañana, no impli– caba tener que sucumbir al hambre. El confia– ba plenamente en el Padre que provee abun– dantemente. Los capuchinos de las primeras generaciones en su reforma han descubierto esta sabiduría. Y Francisco no ha hecho más que creer en el Evangelio, porque bien sabía que, buscando primero las cosas del Reino, lo demás se iba a dar por añadidura. La pobreza auténtica es hoy uno de los signos de los tiempos que más se valora, tanto a nivel de creyentes como a nivel de no creyen– tes. ¿Qué es la auténtica pobreza? Es el no con– fiar tanto en nuestras previsiones y en nuestras fuerzas como en la Providencia del Padre, que, aunque a muchos les parezca mentira, aún ac– túa hoy en nuestra sociedad postmoderna. Es el buscar primero las cosas del Reino. Es el no desconfiar de la ayuda divina en caso de nece– sidad. Es el ser menos cómodos y ser más amantes de la cruz que implica inseguridad, solidaridad con la pobreza del pobre. El mundo consumista nos ha alcanzado de lleno. Nuestra forma de vivir es burguesa y en poco nos diferenciamos de las ambiciones de esta clase social. Nos autojustificamos con razones que ni nos convencen a nosotros mis– mos. ¿Cómo vamos a convencer a los demás, a la gente que busca signos proféticos? Hemos de reconocer que no somos fieles a nuestra identi– dad franciscano-capuchina. ¿Que los tiempos han cambiado? Sí. Pero el Evangelio no. Sabemos que una de las cosas que impactó a los hombres del siglo XVI fue la estampa del capuchino pobre y austero. Lo mismo cabe de– cir de sus conventos, de sus iglesias, de sus ali– mentos y de sus ajuares. La acomodación mo– derna de la Orden, ¿sigue la pista trazada por las primeras generaciones capuchinas? Hoy se da una mentalidad distinta, hay un entorno diverso, existe una discrepancia de enfoque. Pero, ¿acaso se da en nuestros días el mismo deseo sincero de practicar, de hecho y a nuestro modo, la pobreza con todas sus consecuencias, en edificios, vestidos, alimentos, uso del dinero y necesarias limitaciones? La identidad capuchina está bastante bien delimitada en diversos documentos de la Or- den, como en las Constituciones y en los cinco Consejos Plenarios. A nivel teórico la identi– dad está suficientemente configurada. Otro problema muy distinto es el modo y el grado de encarnación de la misma. Nos falta radica– lidad en la vivencia de nuestro carisma. Y éste sólo será profético si se vive en radicalidad. Una existencia religiosa mediocre, tibia y aburguesada no tiene ningún mensaje para el hombre de hoy. Hemos pasado la etapa de las palabras convincentes. En nuestros días sólo se cree el mensaje que se exprime en una cohe– rencia de vida. Es dificil identificar la identidad Si estudiamos detenidamente la génesis de los movimientos de renovación y reforma den– tro de la vida religiosa, veremos que tienen mu– cho en común. Lo que aparece a veces como pretendidamente nuevo, es en realidad ya an– tiguo. Dentro de los movimientos de reforma franciscanos vemos siempre los mismos sín– tomas. El Espíritu del Señor suscita los modos de revivificación. Todo intento de renovación, aunque con el tiempo no siga adelante, es sig– no de la vitalidad de la Iglesia. Sucede lo mis– mo que con los diversos brotes de un árbol. Todo tallo que nace es indicio de vida, inde– pendientemente de que luego alguno, por ejem– plo, se hiele. Cada tiempo marca profundamente su época en todas sus manifestaciones. Los diver– sos movimientos religiosos que aparecen en la historia tienen algunas características, las cua– les no se pueden desligar de los contextos en los que dichas tendencias aparecen. La refor– ma capuchina no se puede entender si no co– nocemos la realidad ambiental italiana del si– glo XVI. Hay que reconocer que al hablar de identidad estamos jugando con un concepto tremendamente inasible, inconcreto. Es muy difícil el querer delimitar un carisma que nace en una zona concreta de la tierra y luego pre– tender generalizarlo con las mismas connota– ciones a otros países. La identidad de la Orden capuchina en sus orígenes no se puede estu– diar sin tener presente el contexto social, eco– nómico, político y religioso en el que nace, o sea, la Italia del siglo XVI. Si con el paso del tiempo deseamos identificar este mismo caris– ma con el que se vive en otros continentes en el siglo XX, muchos elementos comunes qui– zás se tengan que retocar un tanto. Si nos 227

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