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esclarecedores. Tal vez este planteamiento no agrade a ciertos ambientes de tendencia mag– nificadora, por estimar que se empobrecería la supuesta originalidad de la vida capuchina. No lo creemos. Se pondría cada cosa en el lu– gar que le corresponde" 10. Lo que sí sabemos es que la Orden capu– china es la única reforma franciscana histó– rica aprobada por la Iglesia que ha permaneci– do hasta hoy. Todas las demás reformas fran– ciscanas o han desaparecido o han vuelto al seno de la Orden de la cual han nacido. El ideal reformador o renovador se ha conserva– do desde las Constituciones de 1536 a las de 1990. Este ideal es la observancia "espiritual" de la Regla, pura, simple, sin glosas relajantes, buscando la forma de vida mejor según los tiempos y lugares, como la deseaba Francisco en su regla y en su testamento. Se dan cuatro características en todos los movimientos reformadores de la vida religiosa: Se pretende una vuelta a los orígenes a partir de la experiencia de Jesús de Naza– ret. La "vida apostólica" primitiva es mo– delo para muchos movimientos reforma– dores. La experiencia de vida comunitaria. Perte– necer a la Iglesia es inseparable de la vida comunitaria. Esta puede ser vivida de di– versas formas. El cartujo, por ejemplo, en su "separación del mundo" no por ello vi– ve independientemente de la comunidad, independientemente de la Iglesia. La "Koi– nonía" es eminentemente eclesial en una u otra forma. El reclamo de la pobreza en el contexto de una Iglesia pobre y de los pobres. La po– breza es un elemento más o menos acepta– do en todas las reformas. Pero no se puede ignorar. Jesús ha sido pobre y se ha ano– nadado en su existencia histórico-reden– tora. Por otra parte en el Sermón de la Montaña, a los pobres les ha llamado "bie– naventurados". La forma de entender esa "pobreza", sea en su sentido material, sea en otro más espiritual: es otro problema. El compromiso social, realizado directa– mente o a través de mediaciones. La cari– dad hacia el prójimo no puede ser pasada por alto. Seguir a Jesús es, entre otras co– sas, tener presentes sus enseñanzas para ponerlas en práctica. La caridad que Cris- 226 to ha predicado con su doctrina y con su vida de servicio-donación total, comporta, en una u otra forma, el tener en cuenta al hermano, sobre todo al que está necesita– do, como el hambriento, el sediento, el pe– regrino, el enfermo, el triste, el equivocado, el oprimido, el marginado, el encarcelado, el engañado, el olvidado, el perseguido, el odiado, el torturado, el criticado, el despre– ciado... Dimensión contemplativa La dimensión contemplativa ha sido cla– ramente redescubierta en los inicios de la re~ forma capuchina. Y es éste uno de los puntales de nuestra identidad. La importancia que la contemplación tiene dentro de nuestra vida consagrada, muestra lo que ocurre si no la po– nemos en práctica: desorientación en nuestra vida, falta de plenitud, y ausencia de nuestra dimensión profética. La desorientación aparece cuando no ve– mos claros los horizontes del sentido de nues– tra vida religiosa. La contemplación es por na– turaleza clarificadora. El contacto íntimo y prolongado con el Señor nos lleva al descubri– miento de la verdad que nos hace libres y nos configura dándonos la alegria y la serenidad que se requieren para caminar lúcidamente por los senderos de la vida. Quien no escucha primero al Señor, nada tiene que decir al mun– do de hoy. Sólo si estamos colmados podre– mos rebosar. No hay auténtica dimensión pro– fética sin la dimensión contemplativa. Tan sólo el que los demás vean que se reza, es ya un signo de los tiempos, que hoy la gente apre– cia eri gran manera. Sin la contemplación nos sucede igual que a los falsos profetas del Anti– guo Testamento, que hablaban de lo que se les ocurría sin que Dios tuviese que ver en el asunto. Evidentemente este tipo de "profetis– mo" sin el componente contemplativo está destinado al fracaso. Y es qu.e sin duda alguna, como dice un refrán castellano, "no le pidas peras al olmo". No te las dará por una razón muy sencilla: el olmo no da peras. Pobreza como signo Hoy no creemos en la Providencia. Hemos perdido, en tiempos de competencia, cálculo, trabajo serio y profesionalización, un elemen-

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