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IDENTIDAD CAPUCHINA Jesús Lucas Rodríguez García, ofm. cap. Posibles equivocaciones A la hora de hacer un balance acerca de lo que ~onstituye la identidad capuchina, se ha de evitar un posible error: pensar que la "iden– tidad''. es única~ente aquello que configura a los pnmeros frades a partir de una radicaliza– ción del espíritu franciscano. Ciertamente que es eso, pero no solamente eso, pues este caris– ma capuchino consta de unas bases inspirado– ras y, además, de una mezcla de matices que nacen de circunstancias históricas, sociales y políticas. Además, la identidad capuchina es una identidad original que va evolucionando con– forme a los tiempos. Algunas veces el común denominador de diferentes épocas aparecerá un tanto borroso, pero si ha dado un fruto concreto, es porque ha habido una semilla también concreta. Si hubiera habido otra semilla, el árbol hubiera sido distinto, al igual qu~ el fruto. En definitiva, la identidad capu– c?ma es algo que pertenece a un organismo vivo, y como tal, sujeto a evolución. Esta evo- 1,ución puede llegar a oscurecer el origen, pero este d~ ~na o u otra manera, está ahí. El viejo e~ el nmo que fue y, a la vez, el niño que sigue siendo. No hemos de precipitarnos en nuestros juicios afirmando, sin más, como originarias de los capuchinos, diversas características que son comunes a los movimientos reformistas que aparecen en el desarrollo del francisca– nismo, sobre todo en los últimos decenios del siglo XV y primeros del XVI. Estos grupos tienen en su haber una serie de c~racterísticas que son, en cierto modo, propias. Pero también tienen una serie de ele– mentos comunes: Desean el cumplimiento de la regla de san Francisco a la letra. 224 Prestan gran atención a la oración men– tal. Optan por un oficio simple, sin canto. Ansían el rotorno a los eremitorios. Su hábito es corto, con capucho. Andan con los pies desnudos. Desorientación actual Hoy, a nivel de Orden, nos hallamos un tanto desorientados en nuestra identidad. Un signo de la decadencia actual de nuestra iden– tidad es_ la_ búsqued~ ~ntre nuestros religiosos de movimientos espmtuales con vida. Sospe– cho que en muchas ocasiones nuestro francis– canismo está muerto. Con frecuencia nos mo– vemos en una herencia que se ha vaciado de s~s conteni~os esenciales. Queremos seguir siendo franciscanos y capuchinos sin una vida ?e po?reza, ajenos al espíritu contemplativo, mv!l?idos por una sociedad consumista y com– petitiva. Nuestra condición profética está apa– gada. Nos falta radicalidad. La tensión de nues– tra insatisfacción religiosa delata nuestra deso– rientación. Es curioso que detectamos los sín– tomas de nuestra "enfermedad" y no hacemos nada para curarla. No pasamos a la acción. La r~dicalidad es bonita en la poesía y cuando se vive, pero molesta cuando se piensa demasia– do en su realización. Las dudas, los temores a la desinstalación, los cambios, los miedos a la itinerancia, nuestra falta de confianza en la Providencia, todo ello nos paraliza. ¿Cuál es pues la solución para entrar en la onda de la radicalidad? A mi entender se nece– sitan dos pasos fundamentales: Dar el salto de la desinstalación. Si no nos lanzamos al mar abierto, nunca sabremos qué es permanecer en los brazos de Dios. Hacerlo ya hoy. Nos faltan la decisión y la valentía. Preferimos calcular las posibili– dades al milímetro, y, como éstas tienen riesgos, nos paralizamos permaneciendo en nuestra cobarde tibieza. Si no _te1;1emos radicalidad evangélica en nuestro existir, no seremos profetas en nuestro tiempo. Si la pobreza que encarnamos no es verdadera pobreza, el signo de la pobreza bri– llará en nosotros por su ausencia. Y pocas co– sas son tan duras como el ver que has entrega-
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