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Ferrara y de su hermano Elías, a quien ve– mos desempeñar en la Orden de Penitencia un cargo ejecutivo a nivel de ltalia.< 4 > Nicolás IV no acogió en la regla un anhelo muy_sentido en las fraternidades del centro y norte de Italia: la organización de las frate rnidades en provincias como ya se habían configurado en los capítulos, provin– cial y general, de Bolonia en 1289. Menos aún dejó entrever la posibilidad de un Minis– tro General. No parece que se pueda hablar de tendencias laicistas entre los hermanos de la penitencia, como se ha hecho.< 5 > La resistencia a aceptar el consejo-orden de Nico lás IV de que los Visitadores fuesen tomados de los Hermanos Menores, no era sino la afirmación de su personalidad y auto– nomía que veían en peligro. Tanto si los Obispos podían intervenir con plena potestad e n la vida, las obras y en la economía de las fraternidades, así como los Visitadores de los Hermanos Menores venían a ocupar con pri– vi leg io pontificio el lugar de los Obispos y con parecida injerencia en la vida de;; las fraternidades. En la bula "Unigenitus" de 1290 el Papa alaba a los Ministros que con– ducen las fraternidades según las normas de la Regla recién aprobada. Sin nombrarlos no deja bien parados a los "líderes", aun bene– méritos, que se habían esforzado en pro de una mayor autonomía.< 6 > La animación laical La tarea de animación cumplida por los laicos se percibe mejor en las instituciones de caridad como hospitales y casas para aco– gida de peregrinos y pobres. Isabel de Hun– gría es el ej emplo más insigne en este primer tiempo de influjo espiritual y apostólico; pri– mero como maestra de su s colaboradoras en el Hospital que en Marburg dedicó a san Francisco; luego en todo el ambiente que quedó marcado por su figura. Hubo además figuras excepcionales como Margarita de Cortona, Angela de Foligno y, siglos más tarde, Catalina de Génova. Muje- res que no caben dentro de ningún esquema; de elevada santidad y de alto valor profético aun respecto de la Primera Orde n y de las más altas categorías de la Iglesia. Tras de estas figuras quedan otros muchos nombres cuya misión · en la Iglesia no puede quedar encerrada dentro de los marcos estrechos a los que nos hemos referido y seguiremos refiriendo en estas páginas. < 7 > Decía el P. Roggen en el congreso de historiadores de Asís: "En el siglo XIII la Te rcera Orden tuvo un influjo inmenso y fue porque tenía un dinamismo propio, un cierto entusiasmo para gestionar sus asuntos sin la injerencia de los sacerdotes... En verdad los penitentes habían sentido fuertemente la ne– cesidad de una dirección espiritual... pero no querían estar sometidos a tal o cual Orden... En los siglos siguientes hasta hoy no se verá a la Tercera Orden plenamente lanzada sino en la medida en que la Primera Orden la anime... pero aún en estos períodos de revitalización la Tercera Orden no volvió a conocer su estatuto original; el impacto di– recto sobre la vida de la sociedad que cono– ció en el siglo XIII" .< 8 > Equilibrio inestable En otro lugar he tratado de señalar las etapas de una evolución en las relaciones e ntre los Superiores Mayores con los Visitadores de la Orden de Hermanos Meno– res y las fraternidades de la Tercera Orden.< 9 > Indirectamente la documentación allí reseña– da para ilustrar la asistencia espiritual y pas– toral a lo largo de los siglos muestra cómo los Ministros de las fraternidades se van eclipsando de un modo discontinuo en su misión respecto de la Orden Seglar. Hay Pontífices que como Eugenio IV se mantienen, con excepciones significativas, en la línea de Nicolás IV y hay fraternidades que, interpreta_ndo más liberalmente el capí– tulo XVI de la Regla, defendieron su autono– mía. Otras que obtuvieron del Papa que no pudiesen los Visitadores u otros admitir can- 121

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