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que había mantenido a Cristo, exc lama: "¡Ea, pues, valerosísimo cabalJero de Cristo, em– puña las armas del muy invicto capitán! De– fendido con ellas de modo tan insigne, ven– cerás a todos los adversarios. ¡Enarbola el estandarte del Rey altísimo, a cuya v ista cob ren valor todos los combati entes del ejér– cito divino! " . 111 i En este pasaje prospecta San Buenaven– tura a su seráfico fundador como uno de aquellos fidelísimos servidores del empera– dor Carlos, que terminamos de mencionar. Pero Francisco no sirve a un emperador. S irve a Cristo, Rey altísimo, que es mucho más. Y arrastra en pos de él a otros miles de cabal !eros del espíritu . Las Florecillas, con su co lorido realista, refieren que el Cardenal Hugolino. al ver reunidos en el capítulo de las este ra s a ci nco mil hermanos, decía entre lágrimas: ''¡Verdaderamente éste es el cam– pamento y el ejército de los caballeros de Dios!". 112 l Las mismas Florecillas dan a continua– ción el sermón que dirige Francisco a sus caballeros. Les pide serv ici o a la Iglesia Romana. En es ta Iglesia Francisco concretizaba la cristiandad medieval. No por– que los identificara sino porque veía en la Iglesia Romana e l órgano rector y responsa– ble de aquella. Del servicio de Francisco a la Iglesia baste recordar e l sueño de Inocencia III, que resume la obra ec lesial del mismo. Con sus hombros de pobre evangélico sostie– ne e l gr¡m edificio. Lo defiende, no con las armas como el emperador Carlos, sino con su pobreza evangélica. Reconocemos que la traición, tan presen– te en Lo chanson de Ro/ami, apenas si tiene eco en San Francisco. De si mismo sentía más bien miedo. Los Tres Compañeros cons– tatan que contra las impugnaciones malignas "el valentísimo caballero de Cristo ... oraba con rervor dentro de la cueva para que Dios se dignara encaminar sus pasos". Es que, añaden a continuación: "no había recibido aún la seguridad de mantenerse fiel en el porvenir". ri:i¡ Si respecto de sí mismo Francisco se sentía temeroso de llegar a ser fiel a su Señor, toma duras medidas contra quienes se declaraban traidores en su servicio. Frente a toda clase de deslealtad Francisco cultiva el ideal caballeresco del culto a la más exigente fidelidad. Vive este culto de fidelidad de un modo especial respecto de la Iglesia a la que acude en momentos decisivos en busca de protección y a la que sirve con ejemplar desvelo. El título de "sancta Mater Ecc/esia", que cariñosamente le otorga, habla mucho de esta su entrañable fidelidad . San Buenaven– tura recoge su amonestación, al morir, en la que pide a sus hermanos "fidelidad a la santa Iglesia romana". r 14 J Pero ya en la Bula de 1223 exige en su última prescripción que la fraternidad tenga un cardenal de la Iglesia que sea su "gobernador, protector y correc– tor" . Funda la motivación de este precepto en la virtud caballeresca de la fidelidad: "Para que, siempre sumisos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, firmes en la fe cató– lica, guardemos la pobreza y la humildad, y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucris– to que firmemente prometimos". r 15 J Es bueno recordar aquí otros dos temas más secundarios, por su posible repercusión en el alma caballeresca de Francisco: las querencias Rondas de estos caballeros y la presencia de la mujer. Atestigua estas que– rencias en el poema al relatar la vuelta del ejército de Carlos a su que rida patria, reitera– damente llamada aquí, hasta nuestros días: "la dulce Francia". 116 l Con rumor doliente, que se oye a quince leguas -así lo narra el poema- pasan los desfiladeros de Roncesvalles. Y al divisar su tierra remembran a todos sus seres queridos. En este solo verso queda reflejada ésta, su querencia: "Ni uno sólo hay que allí de pie– dad no llore".< 17 J La crítica literaria ha notado en el poema cierta rudeza que dice bien con las armas y los desfiladeros. Pero no siempre se tiene en cuenta que esta rudeza va unida a sentimien– tos primarios muy hondos. Los caballeros de 107

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