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trovar una canción del cielo para alivio del Santo que tanto sufría en la tierra. Todo lo cual nos habla de que el canto trovadoresco, purificado de escorias y vertido a lo divino, podía impregnar lo íntimo del alma franciscana. c 53 > Del juglar fray Junípero da una apretada y multicolor biografía A. Fortini. Viene a ser un resumen de las chocantes hazañas de aquél a quien llama el critico M. Menéndez Pelayo: "Ingeniosísimo fray Junípero cuyas simplici– dades, rebosando de santa alegría, forman el ingenuo entremés a lo divino de la leyenda franciscana". Pero mas que el relato de sus hazañas, mil veces reídas y puestas en carica– turas, con lo que su figura de juglar roza a veces con la de bufón, interesa poner en relieve el título que le dio santa Clara mori– bunda: "egregius Domini Jaculator". A este "egregio saetero divino" pregunta la Santa si tiene alguna nueva jaculatoria, presta a lan– zarla al Señor. Al instante, desde lo hondo de su ardiente pecho, fray Junípero abre sus labios para hacer que broten de ellos sus dichos de chispa flamante, como hace saber el encendido relato de la Leyenda. Tal relato tiene por epílogo esta sencilla observación: "La Santa recibe un gran consuelo en las parábolas de fray Junípero" _< 54 > Indudablemente, este fray Junípero de la Leyenda de Santa Clara se halla mucho más cerca del ambiente trovadoresco a lo divino que el usual fray Junípero, el de sus comen– tadas extravagancias. San Francisco quiso tener todo un bosque de hermanos, como el bueno de fray Junípero. Ponderaba su senci– llez y humildad, verdaderamente franciscanas. Pero también lo pudo decir por la entusiasta alegría que lo incitaba a cantar encendidas saetas en honor del Señor, comportándose como juglar a lo divino. No ha sido este aspecto muy subrayado. Pero debe tenerse muy presente a la hora de hacer parangones y precisar matices respecto de los juglares. Ante esta silueta estilizada del trovador fray Pacífico y dd juglar fray Junípero pue– de constatarse que Francisco fue ante Dios lo uno y lo otro. Fue trovador de Dios cuando hacía brotar de su corazón llagado el Canto de las Creaturas para alabanza perenne del Creador de ellas. Con el fin de irlas cantando por el mundo busca juglares en sus herma– nos, quienes las van repitiendo después de hacer oír su predicación al pueblo. Para tan excelso cometido Francisco piensa que fray Pacífico, maestro de cantores, será un exce– lente director de este orfeón seráfico. En este enmarque de predicación, canto y fiesta, nos hacemos cargo del momento cumbre del in– forme que nos da el Espejo de Perfección: "Deseaba (Francisco) que quien mejor pudie– ra predicar entre ellos, predicase primero al pueblo y después cantaran todos juntos las alabanzas del Señor, como juglares de Dios. Quería que después de las alabanzas el predi– cador dijera al pueblo: "Nosotros somos ju– glares del Señor, y esperamos vuestra remu– neración, es decir, que permanezcáis en ver– dadera penitencia". Y añadía el bienaventu– rado Francisco: "¿Pues, qué son los siervos de Dios sino unos juglares que desean levan– tarse y mover los corazones de los hombres hacia la alegría espiritual?" _< 55 > Estas palabras de Francisco definen con precisión en qué sentido se llamaba a sí mismo "juglar de Dios". Y se lo aplicaba igualmente a sus hermanos. Frente a la aber– tura horizontal a los otros, que predomina en la figura del "juglar" a lo largo de los siglos, y que halla en el ocurrente Junípero una muestra ejemplar. Francisco vive su juglaridad en actitud vertical, cara a Dios, de quien se considera un cantor que repite los salmos e himnos bíblicos para alabar su gloria y para acrecer la sana y santa alegría del pueblo cristiano. Lo mismo pedía a sus hermanos, que cante:-i, como juglares de Dios, las ala– banzas divinas. Y que lleven al pueblo cris– tiano esa alegría espiritual que. debiera venir a ser, en cuanto ello es viable, un trasunto anticipado del cielo en la tierra. Este trasunto lo plasmó el pintor Murillo en su cuadro de la Porciúncula. Tan reconciliado queda el cielo con la tierra por la celeste indulgencia, que la tierra se ve inundada por los ángeles 115

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