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motiva que venga un ángel ael cielo a tocarle el violín. El ser poeta por su vida trocada en poema y por sus versos, pocos pero genial– mente iluminados. Resume H. Felder su vi– sión trovadoresca de Francisco en este juicio de J. Gorres, quien puso su sensibilidad ro– mántica en contacto con San Francisco: "Con la corona de poeta tenía asegurado el amor de la belleza. Pero si era un poeta nato, mucho antes había nacido para santo". < 5 oi Hasta la santidad nos lleva el trovador Francisco. Pero no ha de olvidarse nunca que si Francisco va a la santidad, cantando como un trovador, hace siempre este camino de la mano de la Pobreza, cuya bendición nupcial presidió el mismo Jesús, según nos lo hace ver el recordado fresco de Giotto. ¿SAN FRANCISCO JUGLAR? Se ha respondido mil veces en sentido afirmativo. Y sin embargo nos parece que la respuesta debe ser muy matizada. Comence– mos por advertir que el juglar queda históri– camente definido por ser el eterno repetidor de lo que es incapaz de crear. Los griegos le llamaron rapsoda. Los mediovales, juglar. Hoy son recitadores de versos ajenos. En todo caso, se trata de sujetos sin posibilidad creadora, pero que han puesto sus modestos dones en repetir las canciones en boga, para alegrar las fiestas y contribuir al común rego– cijo. En sus mejores momentos el juglar ha aligerado la pesadez de la vida con sus reci– tales y sus gracias. En los peores, se ha rebajado a proferir bufonadas, por las que se ha trocado en histrión reído y burlado. La semejanza y diferencia entre trovado– res y junglares están puestas en relieve por H. Felder en estos términos: "Eran (los trova– dores) a la vez poetas, compositores, canto– res y recitadores. Sin embargo prestaban a veces sus canciones a músicos ambulantes (juglares), quienes además procuraban diver– tir a su <\Uditorio como versificadores y bufo– nes". < 51 J Ahora es muy de notar que entre los seguidores de San Francisco hallamos un 114 auténtico trovador, fray Pacífico, y también un auténtico juglar, fray Junípero. De los dos damos su respectiva semblanza para poner en mejor relieve la de San Francisco. De fray Pacífico nos informan de modo muy preciso los hagiógrafos del Santo. Sus referencias hacen notar que fray Pacífico pertenecía a la típica clase de trovadores de las cortes de amor, quienes, sin miramiento a la moral cristiana, celebraban con sus versos los encantos de la belleza femenina. Tuvo éxito en sus canciones. Fue llamado "rey de los versos". Y hasta llegó a ser coronado faustamente por el emperador Otón IV. Afortunadamente para él se topó con San Francisco en una de las fiestas en que, cerca de San Severino, intervinieron ambos. Predi– ca Francisco desde lo alto del altar. El poeta· lo escuchaba con inquietud creciente. Luego habla aparte con el Santo quien le amonesta amablemente, haciéndole ver la vanidad de las honras mundanas, al mismo tiempo ·que le conmina los severos juicios de Dios por su conducta. Con decisión responde entonces al Santo: "¿Para qué más palabras? Vayamos a los hechos. Sácame de entre los hombres y devuélveme a mi Dios". Al día siguiente, el Santo le vistió el hábito. Por haber sido devuelto a la paz del Señor, le pone el nom– bre de hermano Pacífico.< 52 i Con este nombre pasa a la historia franciscana. Esta nos hace saber que San Francisco lo eligió para dirigir la primera expedición de sus hijos a Francia. Allí fray Pacifico fundó conventos, llegando a ser Ministro de la provincia que en aquella nación se organiza. Pero seguía sintiendo el álito del trova– dor, aunque vuelto a lo divino. Esto motivó que, hallándose enfermo y afligido Francis– co, éste ruega a fray Pacifico que entone una de sus mejores canciones para aliviarle en su dolor. Fray Pacífico tuvo, con todo, mucho reparo. Temía que una mala interpretación juzgara su canto como una vuelta a sus anti– guos devaneos. Pero Dios mismo intervino para compensar la negativa del trovador hu– mano. Un ángel etéreo vino con su violín a

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