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este período en una síntesis que merece nues– tra reflex ión. Lo hace en estos términos: 'Aún no se ha situado en su debido rango histórico esta cultura de la 'cortesía' que flo– rece en ,el siglo XII y que es, a mi juicio, uno de los hechos decisivos en la civilización occidental. De la 'cortesía' salieron San Fran– cisco y Dante, la corte papal de Avignon y el Renacimiento; en pos del cual se apresura toda la cultura moderna. Y esta gigantesca cosecha procede íntegra de la audacia genial con que unas damas de Provenza afirmaron una nueva actitud ante la vida... La primera Edad Media es como el varón, todo exceso. La 'Lei de cortezia' proclama el nuevo impe– rio de la 'mesusa', que es el elemento donde al ienta la feminidad'. < 38 > Es para estar de acuerdo con la perspec– tiva de Ortega y Gasset, cuando ve en la 'cortesía' de las 'cortes de amor' el momento ini cial de un impulso hacia la exaltación de lo femenino que llega hasta el momento ac– tual. También está en lo justo al señalar el deslizamiento de la caballería varonil de la primera hora épica a la 'lei de la cortezia', que preside la caballería trovadoresca, en la que no es el servicio al emperador sino el canto a la dama querida el tema preferente. No era de citar este pasaje de Ortega si no mencionara a San Francisco y viera en él una secuencia de lo que se vivía en las 'cortes de amor'. Una ingente cantidad de comenta– rios a San Francisco trovador parecen dar motivo justificado a Ortega. Y sin embargo, no parece justificada esta interpretación por parecernos que históricamente falsifica la honda relación vivencia! de San Francisco con la pobreza. Es de notar que el punto de partida de nuestro razonamiento, el 'amor cortés' es un amor extraño al pensamiento bíblico. Dos notas son esenciales al amor cortés: la exal– tación por su gracia femenina de la mujer amada por el caballero; y el desentenderse del matrimonio en su doble exigencia de fidelidad en el amor y de fecundidad en los hijos. Ante estas dos notas del amor cortés 112 advertimos que el amor bíblico de hombre y mujer es un amor esencialmente ordenado por el Creador a la finalidad procreadora. La exaltación de la feminidad en si misma no tiene relieve en la literatura bíblica. Y no se alegue en contra el idílico Cantar de los Cantares, pues refrenda nuestro a.serto. To– dos los requiebros mutuos que leemos en el mismo son preámbulo del abrazo conyugal, fuente de vida. Por eso ha podido ser inter– pretado este libro como un canto al religioso matrimonio de Dios con su pueblo. Y no en vano nuestros místicos, que describen con regusto moroso el matrimonio del alma con Dios, han citado y comentado hasta la sacie– dad tan bello epitalamio. Y no es que la mentalidad bíblica se oponga a la exaltación de la belleza femeni– na. Siempre la ve como un don de Dios. Pero sucede que estos elogios y alabanzas son algo muy secundario ante la obra creadora del amor conyugal, cooperando a la obra divina de transmitir la vida. Tampoco es nada contrario, más bien conforme al amor conyugal, que cuando se inicia el noviazgo la pareja feliz utilice el floreo trovadoresco para expresar el dichoso sentimiento que la em– barga. Esta perspectiva histórica sobre el 'amor cortés' da pie al juicio que sobre el mismo formula el crítico literario, Henri Davenson. 'Amoral, inmoral, contraire aux enseignements de Dieu et de l'Eglise... ce n'est pas chré tien, c'est certainement antichrétien'. < 39 > Es duro este juicio. Sin embargo fundado. Hasta en la Encyclopedia Americana podemos leer este certero aserto sobre el antibíblico amor cor– tés: "Courtly love was alíen to marriage, because love had to be freely gi ve". < 40 > Una anécdota referida por Celano nos introduce de lleno en el ambiente trovadoresco de Francisco. Refiere que después que éste oye la admonición nocturna de Spoleto, re– nuncia a su ida a la Pulla. Y lo que es más: a su ideal caballeresco en lo que tenía de meramente humano. Se reconcentra entonces sobre si mismo a la espera de que Dios

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