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Un nuevo intento para superar el egoísmo humano ha sido la tendencia ecuménica. Por exigencia etimológica esta tendencia quiere una "casa" para la humanidad. Desde Alejan– dro Magno se ha planeado en el intento de establecer un imperio universal. El logro his– tórico más cumplido de este intento ha sido el imperio de Roma. Satisfizo a los hombres, del derecho y de la organización. Pero la gran mayoría se sintió inmersa en el vacío, secuela ineludible de todo imperialismo. Anuda éste los cuerpos con mil cadenas, pero condena a las almas a vivir en soledad. Estos elevados espíritus, al no hallar asi– dero para su vida en lo social y político, se repliegan sobre su conciencia íntima y juzgan que sólo el hombre sabio y sereno en su auto– suficiencia es capaz de vivir una vida digna y humana. Para Toynbee, culmina en esta soberbia pretensión el fracaso de estos inten– tos. Que son los de ayer y los de hoy. Los de siempre. Un corrosivo vacío se apodera en– tonces de esta humanidad sin rumbo. Y sin ver estrella para tomarlo. Ante este reiterado fracaso humano Toyn– bee percibe en el horizonte de la historia la promesa esperanzada que aportan las religio– nes superiores con su abertura a la Realidad Absoluta. El fracaso incita al hombre a poner sus ojos en Dios. Por otra parte el egocentris– mo sólo es superable en comunión viva con la divinidad. Esta superación es el gran mensaje que traen consigo las religiones superiores. En ellas se verifica, según Toynbee, lo que de la cristiana afirma san Juan en el prólogo de su Evangelio: "La luz resplandece en las tinie– blas" (Jn 1,5). No es el momento de discutir el sincretis– mo religioso propuesto aquí por Toynbee. Baste anotar que es un gran desafío a nuestro pensamiento cristiano, al que hay que respon– der. Para nuestro propósito actual lo impor– tante es constatar el grandioso momento de la epifanía de las religiones superiores. Y dentro de ellas comprender la acción ejemplar del santo. La comenta en estas líneas que citamos textualmente: "Dentro de este período que ha transcurrido desde la primera epifanía de una religión superior en la tierra, la vida de los santos da testimonio de que algo de la simien– te (evangélica) ha caído ya en buena tierra" 3_ Entre los santos el gran filósofo de la his– toria hace oír el nombre de san Francisco, hacia el cual no cela sus preferencias. Un franciscano ha de sentir cierta comezón en recopiar lo que lee en su obra. Sólo a su cuen– ta puedo transcribir estas líneas: "Este vatici– nio de las Escrituras (el de la simiente que según Mateo cayó en tierra buena) ya se ha cumplido en vidas tales como las de John Wesley, Francisco de Sales y, de modo excel– so, en Francisco de Asís". Este texto rubrica la inmensa simpatía que el santo de Asís ha sus– citado en este siglo. Qué lejos nos hallamos de las impiedades y ligerezas de la Ilustración volteriana. Al margen, sin embargo, de este cambio de mentalidad, place advertir que su lección al mundo de hoy consiste en que, por un camino de radical superación del propio egoísmo, el santo se ha echado en brazos del Padre Eterno, que es Padre de todos. Con san Francisco despunta el amanecer del nuevo día en el que los hombres van a sentirse más hermanos. Desde otra perspectiva muestra Toynbee la gran misión de san Francisco en nuestros días. En este momento se da la mano con otro gran pensador, Henry Bergson. Coinciden en el pensar. Este pensador francés tiene la per– suasión de que sólo los grandes místicos han sido capaces de romper las fuertes vallas del egoísmo para abrirse a la humanidad frater– na. A este mérito histórico de los místicos aña– de este otro. Razona así. La mecánica y la mística, aparentemente lejanas, deberían dar– se la mano. La máquina con su enorme rendi- · miento productivo ha debido suplir con ven– taja el trabajo del hombre. Este quedaría en– tonces libre para las altas faenas del espíritu. Lamenta, con todo, el pensador que la máqui– na ha contribuido de hecho a hundir aún más al hombre entre los artilugios de la mecánica. Hasta trocarlo en un artefacto más. El cuerpo .de la técnica ha crecido inconmensurable- mente. Pero el alma se ha quedado más chica. De aquí esta sentencia del pensador, que los últimos Papas no han tenido reparo en hacer suya: "Le corps agrandi attend un supplément d'áme"4. Este "suplemento de alma", exigencia ur– gente de nuestro mundo tecnificado, pedía Toynbee en su comunicación al Congreso de Salzburgo, septiembre de 1970, que tuvo por tema: Die Zukunft der Religion (El porvenir de la religión). Advierte en la técnica actual ingentes posibilidades y un máximo peligro. Pero la humanidad sólo hallará su necesario 191

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