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SAN FRANCISCO, FUERZA HISTORICA Enrique Rivera de Ventosa ofm. cap. Muy en alza se halla hoy el tema de la historia. Es la ineludible secuencia de haberse puesto el hombre en el centro de nuestro mundo. Si Dios es plenitud de perfección, un eterno presente sin hoy y sin mañana, el hom– bre es constitutivamente un ser temporal, cuyo entramado se lo dan los éxtasis del tiem– po: pasado, presente y futuro. Para pensado– res cristianos -y otros que no lo son- el gran tema cultural de la hora consiste en aunar lo eterno de Dios con el perenne fluir del hom– bre, carente de toda perfección plena, pero con capacidad y anhelo de ir subiendo hacia ella día a día. En esta dimensión humana los santos vie– nen a ser un modelo que imitar y una incita– ción a subir. Desestimados por el frío raciona– lismo de la Ilustración, hoy se los ve, ya en el plano de la mera cultura humana, como po– tentes fuerzas históricas. Excelsas posibilida– des humanas, que se han realizado y que inci– tan a repetir gesto tan preclaro. San Francisco se halla, sin duda, entre es– tos santos que son modelos incitantes. La ra– zón ilustrada del siglo XVIII no lo entendió, ni lo pudo entender. Tan sólo vio en él a un despreciable mendigo, abusón por voluntario. Actitud muy distinta tomó ante él la sensibili– dad romántica tan opuesta a la frigidez racio– nalista. Le contempló como un momento cumbre de la Edad Media, tan impregnada de altos ideales y tan caballerosa en realizarlos. De notar es que desde el romanticismo la figura de san Francisco ha venido a ser consi– derada como una gran fuerza histórica en la vida del espíritu de nuestra cultura occidental. El tema da que pensar a todo franciscano. ¿Por qué no intentarlo? En esta ocasión -para incitar a futuras re– flexiones- quiero mostrar cómo uno de los máximos filósofos de la historia de este siglo, Arnold J. Toynbee, inglés de nación, que tuvo madre católica, ha admirado en Francisco de 190 Asís una fuerza espiritual, cuya acción poten– te podría vigorizar nuestros mejores ideales e impedir el descenso corruptor que amenaza de muerte a la civilización actual. Sobre dos goznes hace girar la historia: "reto-respuesta" ("challenge-response"). La acción histórica surge y se desarrolla cuando una minoría avisada toma conciencia del "reto" de la hora y sabe darle debida "respues– ta". A esta minoría, secunda fielmente una mayoría que se siente responsablemente diri– gida. No es el momento de exponer con deten– ción esta perspectiva central del gran historia– dor. Más bien nos interesa subrayar que en esta dinámica de la historia, Toynbee va ha– ciendo ver en sus estudios, de modo cada vez más insistente, que la vivencia religiosa es una gran fuerza activa que impele a altos ideales e impide el desarrollo de gérmenes nocivos. En los grandes santos contempla y admira las mejores vivencias religiosas. En su libro, El historiador y la religión 1, y en su monumental obra, Estudio de la histo– ria2, aborda frontalmente este gran tema. En una visión panorámica ve aparecer en un mo– mento la epifanía de las religiones superiores que se alzan sobre el fracaso de las civilizacio– nes humanas. Dentro de estas religiones los santos son el testimonio máximo de su acción y su eficacia. Entre ellos percibe a san Fran– cisco como una cumbre en los caminos as– censionales de la mejor vida del espíritu. Primordial agente maléfico de la historia juzga Toynbee ser el egocentrismo, el cual, si bien es una necesidad de la vida, es al mismo tiempo un pecado. Es igualmente un error in– telectual, porque ningún ser vivo es el centro del universo, y un error moral, porque tampo– co nadie tiene el derecho de obrar como si fuera el centro del universo. Para superar este egoísmo tres conatos históricos han surgido, según anota Toynbee. En primer término la ciudad- estado. En esta institución clásica el egoísmo se desplaza del plano individual al colectivo. El mundo mo– derno ha asumido esta herencia clásica bajo el nombre de patriotismo. Toynbee denuncia sus excesos con esta frase hiriente que dice tomar de un olvidado sermonario: "El patrio– tismo es el último refugio del bribón". En ver– dad que esta trágica bribonada ha suscitado múltiples guerras que han llevado a la sima de la destrucción, sobre todo, a nuestra desdi– chada Europa.

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