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faltar nada. El pobre evangélico tiene libertad completa de acción. Además posee lo sufi– ciente para vivir, pues Dios provee siempre. Austeridad gozosa La reforma capuchina nace en un tiempo concreto de la historia. También es preciso el ambiente en el que se desarrolla. Igualmente se puede decir que es fruto de unos personajes hijos de una tierra concreta con una forma específica de ver la vida religiosa. Pienso que si el Espíritu hubiese "soplado" en otra zona geográfica, en otro ambiente social, en otra época histórica, las connotaciones caracte– rísticas de esta reforma hubieran sido muy distintas. Pero lo que no se puede en modo alguno negar es que estos primeros hermanos nuestros han sido en general radicales en su forma de vida. Han sido "terreno abonado" para que el Espíritu desarrollara su obra. La reforma ha salido adelante gracias a hombres esforzados, con coraje, que han jugado su vi– da a una carta: la de la radicalidad evangélica con todo lo que ella comporta. Lo llamativo de la radicalidad La radicalidad de la vida siempre llama la atención. No existe otro modo mejor de hacer reflexionar a los que viven alrededor de ese su– ceso que implica coherencia y esfuerzo. Un personaje que lleva una existencia en radicali– dad, en esfuerzo coherente, "vende" el mensa– je. No todos los que lo oyen o lo ven aceptarán su mensaje, pero una cosa está clara: que a todos lanzará interrogantes porque se ha pues– to en el "candelero". La radicalidad evangélica convence. Los capuchinos en sus orígenes han convencido porque vivieron radicalmente. Hoy, si se vol– viese a dar similar radicalidad, se volvería a impresionar a las personas que viviesen en ese ambiente. El vivir entregado y desde el ejemplo es el mejor mo.do de exportar la ima– gen. Y para llevar el Evangelio predicando el Reino de Dios se debe ofrecer algo creíble. Vi– vimos en un mundo en el que las palabras apenas transmiten nada. Se lee mucho menos de lo que se escribe. El resultado es que mu– chas palabras no servirán para nada. Hoy, más que nunca, la vida coherente, visibilizada con hechos externos, es lo que convence, por– que esto es lo que siempre ha sido creíble. Austeridad ejemplar La austeridad es un componente típico de la reforma capuchina. "No era sólo el amor a la pobreza lo que movía a aquella primera ge– neración capuchina a buscar la austeridad en el vestido, en el calzado y en el lecho; tenía también su parte el incontenible afán de peni– tencia, llevado a extremos que hoy nos pare– cerían increíbles". Pero en todo reinaba un amplio espíritu de libertad y de cordura. Casi todas las prácticas de penitencia eran absolu– tamente voluntarias. Un ejemplo de la vida de austeridad prac– ticada por los primeros capuchinos nos lo pre– senta Fray Víctor de Verana ( + 1592), el cual tenía un solo hábito, grueso, corto y remenda– do. Andaba casi siempre descalzo. Hacía todas las cuaresmas de san Francisco. Su ali– mento estaba constituido por fruta, pan y agua. Dormía en tablas desnudas con un tron– co bajo la cabeza. Con frecuencia pasaba noches enteras en oración en la Iglesia. El cro– nista señala que tenía gran caridad hacia los hermanos siendo consigo mismo austerisimo. Siempre estaba ocupado en los oficios de la casa, que hacía con diligencia y amor. Son muchos los testimonios extraños a la Orden que hablan de la austeridad capuchi– na. Sebastián Werro, párroco de Friburgo, durante un viaje a Roma, conoce a los capu– chinos en Milán y dice que "la nueva Orden de los religiosos llamado de los capuchinos, tiene un tenor de vida rigidísimo. Usan un há– bito color oscuro de paño vilísimo y nada de lino a excepción de algún pañuelo. Duermen sobre paja. No poseen nada propio. Sus habi– taciones no vienen nunca cerradas con llave y ahí todos pueden entrar. Para los enfermos tienen habitaciones particulares que seria mejor hablar de prisiones que de moradas... Cuando las ofertas espontáneas no bastan, piden la comida de puerta en puerta. Y no consumen nada hasta el tercer día. Si sobra alguna cosa tras dos días lo dan a los pobres". Francisco de Jesi recomendaba que a la hora de admitir al noviciado a los jóvenes no bastara sólo su buena voluntad. Se debía ver si poseían las fuerzas suficientes para andar 175

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