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Las Constituciones de 1536, dispuestas en 12 capítulos correspondientes a aquellos de la regla, más que un códice de normas jurídicas y disciplinares son una exposición sistemática del ideal de san Francisco. Son, por lo tanto, un auténtico manual de formación perma– nente de espiritualidad franciscana. Es en el espíritu de estas Constituciones donde se debe buscar el diseño de la identidad capuchina, porque aquí se alcanza el equilibrio entre la vida contemplativa y la vida activa, o sea, en– tre la soledad y la predicación. Forjándose en este equilibrio, la Orden capuchina será -junto a los jesuitas, aunque con métodos diversos- el campeón de la refor– ma tridentina y de la restauración católica, en especial en los países en los que más raíces tenía el protestantismo. El ambiente reformista Los pioneros de nuestra reforma no te– nían por aspirac1on tanto el ser originales, cuanto retomar los elementos más valiosos de las reformas anteriores y contemporáneas. El nombre de "reforma", aplicado por los prime– ros cronistas a la nueva familia capuchina, ve– nía explicado por éstos como un conformarse en todo a san Francisco, incluso en la forma del hábito. Como sabemos, la ocasión inmediata pa– ra que la reforma capuchina apareciera fue un episodio interno de la Orden franciscana. La Observancia regular, con 30.000 frailes, constituía la más potente y prestigiosa de las órdenes religiosas del tiempo. Había obtenido de León X la bula "Ite vos" del 29 de mayo de 1517, con la cual, además de quitar a los con– ventuales el derecho de primogenitura, incor– poraba a sí varios grupos de estrecha obser– vancia entonces existentes : Amadeitas, Clare– nos, Coletanos descalzos. Pero esta bula, lla– mada "de la unión", deja muchas insatisfac– ciones tanto en los grupos suprimidos como en los observantes, insatisfechos de la vida es– tandarizada de la propia familia. Muchos querían una observancia más radical de la pobreza y una mayor facilidad para el retiro y la contemplación. Ya en 1518 no pocos celan– tes comenzaron a agruparse en eremitorios. Pero pronto son obligados a volver por el ministro general Francisco Licheto. En 1523 el nuevo general Francisco Qui– ñones trató de aplacar a los celantes españoles, formando en cada provincia cinco o más casas de retiro, para una más pura observancia de la regla. Mientras, en las Marcas italianas, foco de una fuerte tradición mística y rigorista, el descontento crecía cada día. Fue propiamente un fraile de las Marcas el que rompería, por vez primera, la fila: el carismático predicador itinerante fray Mateo de Bascio. El 26 de mayo de 1526, Quiñones promul– ga los estatutos para las casas de retiro italia– nas, sustancialmente iguales a aquellos de Es– paña. Pero estas casas de retiro no se llevan a cabo con el fi n de evitar una nueva rotura en la unidad monolítica de la Observancia. Esta "represión" ocasionará más adelante el éxodo masivo de observantes hacia la reforma capu– china, sobre todo de 1530 a 1535. Francisco, modelo para los Capuchinos El Seráfico Padre, con la regla y el ejem– plo de su vida, llamaba a la secuela de Cristo pobre, humilde y crucificado y a las austeras exigencias de la ascética. Los capuchinos han prestado atención a tal evento, encarnándolo en obras de exigencia radical y de amor. Ven a san Francisco como modelo en la pureza del corazón, en la penitencia y conversión, en la continua unión al Padre en Cristo, en la hu– mildad profunda y en el deseo de humilla– ción, en la paciencia y mise ricordia, en el ser– vir a todos, en el evitar la hipocresía. Los ca– puchinos tendrán una imagen de san Fran-: cisco ascéticamente empeñada de un hombre profundamente unido a Dios en la contem– plación, lleno de humildad y simplicidad. Es una visión de san Francisco en sus formas más interiores, espirituales y místicas. Será el santo de la pobreza, de la humildad, de la ora– ción contemplativa, pero sobre todo del amor espiritual. Francisco es visto sobre todo como el per– fecto imitador de Cristo en la pobreza, en la humildad, en la penitencia y en la cruz. En Camerino, el dominico Matías de la Robbia, probablemente por indicación de Catalina Cy– bo, había representado a san Francisco en una terracota al estilo capuchino: Barba con estilo eremítico, hábito color ceniza con el ca– pucho agudo, gruesa cuerda, pies desnudos, en la mano derecha lleva la regla y en la 171

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