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de Cesena consigue una ayuda del consejo co– munal de Ancona para los pobres. Pablo de Norcia logra de la autoridad de Corridonia su propuesta de fundar la Compañía de la Cari– dad o de la Misericordia para la asistencia de los necesitados. Francisco de Soriano pro– mueve la reforma del Monte de Piedad de Terni. Querubín de Pesquera promueve al consejo comunal de Fano, el erigir una des– pensa de cereales para beneficio de los indi– gentes de la zona. Característica de los capuchinos es la atracción tan franciscana hacia la caridad con los enfermos y apestados. El heroísmo desplegado en las epidemias fue tal vez lo que más estima les granjeó entre el atribulado pueblo de entonces. Leprosarios y hospitales de incurables fueron típicos lugares de trabajo para los capuchinos, tanto así, de parecer al inicio una orden hospitalaria. La correspondencia epistolar de los capu– chinos demuestra la acción socio-religiosa que desarrollaron en favor de los pobres, los encarcelados, los judíos pobres, los enfermos contagiosos, los soldados necesitados, la in– fancia abandonada, los esclavos cristianos en manos de piratas. Típica también ha sido la asistencia de los capuchinos a los condenados a muerte. Sencillez, amor fraterno y humildad La reforma capuchina señaló una reac– ción contra el formalismo exterior y ceremo– nioso que iba invadiendo la Observancia. Se quiso volver a la sencillez de la vida fraterna que reflejaba la primitiva comunidad de Fran– cisco y sus compañeros. Lo mismo ocurrió en lo referente a los oficios divinos; se suprimió todo lo que no reflejara sencillez. Así se llegó al extremo opuesto: recitado monótono, Misa invariablemente rezada, supresión absoluta de la música, sin hacer distinción de domingos y solemnidades. En 1581, el general Jerónimo de Fontefiore (1574- 1581) quiso introducir el can– to sencillo en las sagradas funciones, pero hubo fuerte reacción, rechazándose tal inno– vación contraria a la sencillez capuchina. Una de las ausencias curiosas de las Or– denaciones de Albacina es la mención a la fraternidad . Lo mismo se puede decir de la asistencia caritativa a los pobres y sufrientes. Pero en la vida concreta tenemos muchos ejemplos que indican la importancia que se daba entre los capuchinos a los detalles que construyen la fraternidad. Boverio nos recuer– da algunas características que debe tener en el noviciado el maestro para ser modelo de sus novicios: "La humildad sea acompañada de afabilidad y dulzura de trato que lo haga amable a los jóvenes". Y sintetizando a Rom 12,15 y 1 Cor 9,22 dice: "Por otra parte el maestro debe tener una ardiente caridad hacia todos los novicios, con amor y atención a su bien y a su salvación, para lo cual sepa sostener sus tentaciones, participar en sus tri– bulaciones, compartir todas sus aflicciones: se haga débil con los débiles, llore con quien está en el llanto, se alegre con quien está ale– gre, se haga todo a todos para salvar a todos". El primer recuerdo biográfico a estampa de la vida de san Félix de Cantalicio ( + 1587), nos hace ver un ejemplo en el cual confluyen perfectamente estos ideales de sencillez y amor fraterno. Los cronistas nos ofrecen cuadros sorpren– dentes de ingenuidad, espontaneidad, com– penetración y ayuda recíproca, de manifesta– ciones del amor fraterno hasta la ternura , en un clima de alegría y de sencillez. Al reco– brar la espontaneidad original de la primitiva comunidad de Francisco y sus compañeros, hallaron absurdos los convencionalismos de preferencias, jerarquías, exenciones y todo cuanto afea la igualdad fraterna, incluso la diferencia entre sacerdotes y no sacerdotes en el interior del grupo. En los primeros dece– nios, gran parte de los superiores locales eran hermanos no clérigos, y ellos iban también como delegados a los capítulos, hasta que el Concilio de Trento puso fin a esa práctica. En un principio se prefirió un número re– ducido de hermanos en las fraternidades loca– les. Siete u ocho eran en los pueblos y diez o doce en las ciudades. El fin era salvaguardar mejor el ideal de la pobreza. Pero con el tiempo evolucionan hacia una vida más uniforme e impersonal, con sus observancias, sus tradiciones intangibles, su cultivo de formas ceremoniales, su pedagogía doméstica y centrada en la regularidad. Des– graciadamente, como herencia de la cultura barroca, quedarían una maraña sofocante de títulos, exenciones, precedencias, privilegios, actitudes y usos sin contenido. 177

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