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descalzos, mal vestidos, ayunar frecuente– mente y soportar una pobreza estricta. Su ascesis El método ascético de los primeros capu– chinos se puede resumir en las siguientes mortificaciones propuestas por Enrique de Herp en su obra "Espejo de perfección", todas ellas orientadas a la abnegación total de la voluntad para purificarla de todo afecto, que no sea puramente según Dios. La primera mortificación consiste en renunciar a todos los bienes temporales, aceptando libremente la pobreza. La segunda es mortificar el propio interés. La tercera, renunciar a todas las concupiscencias. La cuarta es la perfecta mor– tificación de todos los afectos del amor desor– denado hacia las criaturas. La quinta, abste– nerse de pensamientos y curiosidades inútiles. La sexta, mortificarse en los trabajos que se deben hacer cotidianamente, sobre todo los que se desarrollan fuera del convento. La sép– tima, liberarse de la amargura del corazón la cual tiene origen en cinco causas: en la sober– bia interior y presunción de los propios méri– tos; en no mortificar la voluntad, haciendo el propio querer; en la envidia o el odio hacia el prójimo; en la amargura de la propia compla– cencia y vanagloria; en la amargura que pro– cede de no tener tranquila la conciencia. La octava es el abstenerse de buscar sólo aquello que gusta, la vanagloria, el honor mundano, la soberbia. La novena es mortificar los afec– tos en los deleites internos tanto sensuales como espirituales. La décima, el liberarse de los escrúpulos del corazón mediante una gran confianza en Dios. La undécima la mortifica– ción perfecta de las inquietudes e impacien– cias del corazón, que ocasionan adversidades exteriores. La duodécima, abnegar perfecta– mente la propia voluntad para acceder a la de Dios. En las Constituciones de 1536 se da mu– cha importancia al elemento austeridad. Y la austeridad "casi inhumana" es un argumento de denuncia de los observantes ante Clemen– te VII, en el breve "Pastoralis offici cura" del 15 de abril de 1534. Allí se dice que los capu– chinos "conducen una vida tan austera y rígi– da, casi inhumana, que provoca una grave turbación y escándalo a los otros profesos del mismo Orden, los cuales temen, por tal moti– vo, no cumplir su Regla". 176 No obstante y a pesar de tal austeridad, dentro de la vida fraterna existía un gran espírih1 de comprensión hacia los límites pro– pios de la naturaleza humana. Por ejemplo, en el primer ceremonial capuchino para el novi– ciado se recuerda que coman el pan necesario sin vergüenza, pues la alimentación nunca se debe descuidar. En ese mismo ceremonial, más adelante se afirma que al decir la culpa en comunidad no sea de los defectos internos, máxime de aquellos que pudieran ocasionar mala fama por parte de los otros religiosos. Se debe por ello únicamente decir la culpa de los defectos externos y nada más. La barba de los capuchinos Los primeros capuchinos tienen una figu– ra externa típica. Será ésta uno de los elemen– tos de identificación más llamativos. Su barba larga indicaba un penitente, un prisionero, un eremita o uno que pertenecía a la Iglesia de Oriente. Vicenzo Gioberti afirma que el porte del capuchino representa el genio de un pue– blo poeta. Su barba recuerda al Oriente y a los tiempos patriarcales. El uso de la barba no estaba respaldado por la tradición francisca– na. La adopción por parte de los capuchinos se ha atribuido al influjo de los camaldulen– ses. No obstante, parece más lógico pensar que los capuchinos adoptaron la barba para formar parte de la fisonomía tradicional de los ermitaños, fueran o no camaldulenses. Las Constituciones de 1536 buscaron pronto una justificación espiritual y ascética. Se reco– mienda llevar la barba porque Cristo la portó igual que "nostri antiqui Sancti". Además es cosa viril y natural, rígida y austera. Las obras de caridad El siglo XVI ha sido una de las épocas en las cuales la beneficencia cristiana ha dado mayores ejemplos en obras e instituciones ca– ritativas, tanto en amplitud como en variedad de formas. Los capuchinos dieron un contri– buto más que considerable a esta obra. Mateo de Bascio, con sus exhortaciones, obtiene como limosna en Fabriano, un buey para poder dar una comida abundante a los miserables de la ciudad. Por su parte, Pablo

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