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relación fraterna. A ser hermanos sólo se aprende viviendo como hermanos, en la diná– mica del amor y del perdón. "La ley no da sino el conocimiento del pecado" 38. Por eso es preciso no estar encarando el pecado de los demás, sobre todo de los educandos. Cuando sólo tenemos ojos para el pecado ajeno, termi– naremos por querer apedrear al prójimo. Je– sús nos pide que "reflexionemos", que volva– mos sobre nosotros mismos esa mirada: "El que no tenga pecado, que tire la primera pie– dra" 39. El resultado fue que nadie tuvo valor para lapidar a la adúltera. Coherentemente Francisco nos recuerda: "No juzguen, no con– denen. No reparen en los pecados más peque– ños de los otros, sino más bien recapaciten en los propios" 40. Es obvio que, buscando, siempre encon– traremos motivos para criticar a cualquier persona. Disfrutamos con el papel de juez condenador. En la espiritualidad franciscana, en cambio, hemos de saber transformar las razones de hostilidad en motivos de amistad: "Son amigos nuestros todos los que injusta– mente nos causan tribulaciones y angustias, sonrojos e injurias, dolores y tormentos, mar– tirio y muerte; y los debemos amar mucho, ya que por lo que nos hacen, obtenemos la vida eterna" 41. Pedagogía no es limitarse a selec– cionar lo que consideramos bueno. Pedagogía es transformar lo malo en bueno, o, como se dice en la parábola, crear las posibilidades de que "el muerto vuelva a la vida, y el perdido sea hallado" 42. La pedagogía franciscana escandaliza a mucha gente "bien", porque no establece una selectividad, como nosotros nos empeñamos en hacer: "Y todo aquel que venga a ellos, ami– go o adversario, ladrón o bandido, sea acogido benignamente" 43. Francisco lo demostró con los hechos. La historia que se nos narra es ilu– minadora y puede servir para contrastar nues– tras campañas vocacionales. Había unos la– drones que a veces venían a pedir pan a los hermanos. Estos no sabían qué hacer. Unos pensaban que no estaba bien darles limosna, porque eran ladrones. Otros decían que eran personas necesitadas. Francisco optó por la misericordia. Hay que llevarles buen pan y buen vino. Y llamarles, gritando: "Hermanos ladrones, somos vuestros hermanos". Y así, de una manera gradual, pues "si pedís de ellos todo de una vez, no harán caso" y usando misericordia, "unos ingresaron en la Religión, 134 otros se convirtieron a la penitencia y prome– tieron ante los hermanos no cometer más tales fechorías y vivir en adelante del trabajo de sus manos" 44. Lo que no logran los sistemas poli– cíacos más sofisticados, lo consigue la pedago– gía de la misericordia. Por supuesto que Francisco no es un in– genuo idealista. Hay que imponer penitencia. Pero ésta no puede separarse de la compa– sión: "impónganles la penitencia con miseri– cordia" 45. En la carta al ministro es aún más enfático: "Y éstos (los sacerdotes) no tengan en manera alguna potestad para imponer otra penitencia que ésta: 'Anda y no peques más' (Jn 8,11)" 46. El perdón y la misericordia llevan con– sigo el respeto para con el pecador. ¡Cómo se descubre el corazón maternal de Francisco cuando escribe esta carta! "Y todos los herma– nos que hayan tenido noticia de su pecado, no lo avergüencen ni hablen mal de él, antes bien, usen con él de gran misericordia y guar– den muy secreto el pecado de su hermano" 47. El juicio condenatorio no debe dirigirse al pe– cador, sino flexionarse sobre el mismo herma– no que lo quiera juzgar: "El custodio atiénda– lo con misericordia, como desearía ser atendi– do él si se hallase en la misma situación" 48. La reflexión de Francisco es eco de su ex– periencia personal. El vivió su conversión co– mo misericordia de Dios. Está convencido de que sólo la misericordia divina nos salva49, y que nuestro papel es el de prolongar esa mise– ricordia hacia los hermanos, y no actuar co– mo el siervo sin entrañas que no quiso com– padecerse de su compañero50. El Evangelio nos invita a comportarnos como el samarita– no, que practicó la misericordia con su próji– mo desconocido51, a ser misericordiosos como Dios es misericordioso52 y a tener en cuenta que los misericordiosos alcanzarán misericor– dia53. Es lamentable que cuando entramos en tareas formativas, la misericordia es conside– rada la cenicienta de las virtudes, una debili– dad en los formadores, la ruina de la pedago– gía. Todos se apuntan al autoritarismo y a la inflexibilidad, olvidando el evangelio y dando prioridad al juridicismo sobre la vida fraterna. Yo he pecado contra la misericordia, con– tra la fraternidad, contra la alegría del perdón. Estoy arrepentido y quiero volver a vivir la alegría del perdón, para mí y para los demás,

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