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padecer la persecución antes que separarse de sus hermanos, se mantiene verdaderamente en la obediencia perfecta, ya que entrega su alma por sus hermanos" 28. El primado de la conciencia es evidente para el Evangelio y para Francisco. Solamen– te tratándose de dos cosas buenas y no contra– rias a la obediencia, puede ejecutar la que le impone el prelado. Pero siempre que sea con– tra la conciencia, lo que preocupa a Francisco no es que no obedezca, sino que se mantenga unido a los hermanos por el amor: "ámelos más por Dios", suplica. En la carta al ministro se plantea el caso del conflicto entre el súbdito y el prelado. Francisco se está dirigiendo, no al súbdito, sino al prelado. Y la solución es idéntica: aunque no haya obediencia, no te se– pares, sigue amando: "Aunque te azotaran, todo lo debes considerar como una gracia. Y así lo has de querer y no de otra manera. Y que ello te sirva de verdadera obediencia al Señor Dios y a mí, porque estoy firmemente convencido de que ésta es verdadera obedien– cia. Y ama a los que se portan así contigo" 29. La obediencia debe estar dirigida al bien y al amor. Y es preferible mantener la unión caritativa, que la sumisión a una ley o a una orden que, sin amor, no sirve de nada30. Lo que Francisco le está pidiendo al ministro es que no utilice la obediencia contra la caridad. "No pretendas de ellos nada más de lo que el Señor te concede obtener de ellos. Y ámalos tal como son y no pretendas que sean mejores cristianos" 31. Esto es lo mínimo que hay que asegurar: el amor fraterno. Otras cosas pue– den ser buenas con amor, pero sin amor ya comienzan a ser malas. Es preferible renun– ciar a ellas. Esta es la pedagogía que está pro– poniendo Francisco: ir a lo sustancial y pres– cindir de accidentalidades. Por encima de una obediencia legalista, puede darse, incluso desobedeciendo, la obediencia perfecta de la que nos habla la Admonición tercera. Cuando se busca el bien según la concien– cia, que no es otra cosa que la docilidad al Espíritu Santo, entonces, en el franciscanismo, todo se convierte en obediencia. Porque desde la des-apropiación o fa renuncia al dominio, nos sometemos a toda criatura por Dios32; pues "por la caridad del Espíritu, sírvanse y obedézcanse unos a otros de buen grado (Ga 5,13). Y ésta es la verdadera y santa obedien– cia de nuestro Señor Jesucristo" 33_ Por eso, Francisco valora y aprecia a cualquier for- mando: "Al novicio de una hora que se me diera por guardián, obedecería con la misma diligencia que a otro hermano muy antiguo y discreto" 34. No es cuestión de insistir en el dominio, sino en el servicio caritativo: "Los hermanos puedan hablar y comportarse con los ministros como los señores con sus sier– vos; pues así debe ser, que los ministros sean siervos de todos los hermanos" 35. Reconozco y confieso que muchas veces, en mi actuación formativa, utilicé y exigí obe– diencia por encima del amor fraterno. Pensa– ba que en esa docilidad ciega y descorazona– da, se podían forjar mejores cristianos. En rea– lidad lo que estaba consiguiendo eran peores cristianos, sin personalidad, sin libertad, sin amor. Hoy reconozco mi error y pido al Señor rectifique lo que yo pude desedificar. En su misericordia confío. La pedagogía de la misericordia El fondo general de esta carta de san Francisco es la misericordia. Fascina cómo la compasión ha calado tan hondo en la espiri– tualidad del Poverello. Fue la experiencia de su conversión la que se trasluce en toda su vida. "Por eso no puede contener en adelante el llanto; gime lastimeramente la pasión de Cristo, que casi siempre tiene ante los ojos. Al recuerdo de las llagas de Cristo, llena de la– mentos los caminos, no admite consuelo" 36. En su testamento reconocerá la importan– cia que tuvo la misericordia para con los le– prosos: "Mientras me hallaba en pecados, se me hacía muy amargo ver leprosos. Y el Señor mismo me condujo en medio de ellos, y yo practiqué la misericordia con ellos. Pero, cuando me aparté de los pecados, lo que antes se me hacía amargo, se me cambió en dulce– dumbre del espíritu y del cuerpo" 37_ La mise– ricordia logra que lo repugnante se torne atractivo. Y en ambas direcciones, como lo es toda evangelización verdadera: el sano tras– mite amor al enfermo, y el enfermo cura al sa– no. El leproso consigue que Francisco nazca de nuevo. Así en la formación: los formadores aco– gen al formando, y los formandos convierten también a los formadores a una vida más franciscana. Si las relaciones formador-for– mando se sitúan a nivel de ley, de obediencia jurídica, es indudable que nunca se logrará la 133
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