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dígena esa autodeterminación es encaminarlo, consciente o inconscientemente, hacia su de– sintegración o aniquilación. Para alcanzar es– ta autodeterminación, el indígena ha comen– zado a organizarse, a organizar su fue rza y es– peranza. Se han formado organizaciones indí– genas entre los diversos pueblos autóctonos y se han establecido alianzas con sectores de la sociedad occiden tal envolvente que los apo– yan, como la Iglesia, o que padecen una situa– ción de marginación como ellos, negros, mu– jeres y pobres. Respetando y apoyando al indígena en su protagonismo y autodeterminación histórica, y solidarizándose con él en su lucha por con– quistar sus derechos vitales y culturales es la manera como el cristiano, el misionero y la Iglesia se convierten en sacramento de libera– ción, en señal del Reino, el cual trae una vida en abundancia y la libertad que Cristo nos conquistó. Presencia testimonial solidaria del misionero En el proceso de evangelización incultu– rada y liberadora, el misionero se caracteriza fundamentalmente por evangelizar a partir de una solidaridad que se incultura aproximán– dose a los indígenas y viviendo como ellos. Inevitablemente el misionero, procedente de otra cultura y de los centros de poder mun– dial, se vuelve en un agente de cambio. A par– tir de ahí vamos a indicar algunas actitudes y mediaciones que han de acompañar al misio– nero en su evangelización. Señalamos aque– llas que son más importantes y significativas en el proceso de la nueva praxis evangelizado– ra y misionera: solidarizarse con el indígena, asumiendo su causa. Es la actitud fundamental y bá– sica. Así, podemos decir que la actitud que caracteriza al misionero no es tanto la identificación con los indígenas, sino sobre todo el solidarizarse con ellos én orden a construir juntos el Reino de Dios que exige ser anunciado explícitamente en orden a que se acoja el Evangelio de Jesucristo y nazca una Iglesia con rostro indígena mediante la acción del Espíritu; inculturarse, participando de los proble– mas y luchas de la comunidad indígena, asumiendo su estilo de vida y su destino; defender la tierra del indígena como fun– damento de su cultura; apoyar las organizaciones indígenas; ayudar en la capacitación y formación de los líderes indígenas elegidos por la co– munidad para que sepan buscar solucio– nes a los problemas concretos que tengan que enfrentar; propiciar una asesoría jurídica que traba– je junto a los indígenas y en favor de ellos y sus derechos; en las alianzas con los sectores o institu– ciones de la sociedad occidental, servir de mediador cuando sea necesario; respetar y valorar la alteridad del indíge– na, su cultura y autodeterminación, eli– minando todo tipo de paternalismo, asis– tencialismo o dominación. Acompañar al indígena en su proyecto cultural no signi– fica suplantarlo, sino todo lo contrario: apoyar su protagonismo histórico; conocer y valorar la cultura indígena y su cosmovisión; aprender la lengua indígena; formarse antes de convivir con los indíge– nas y continuar ese proceso inacabado en el vivir diario con ellos; dialogar con el indígena sobre su proyec– to cultural, su cosmovisión, su núcleo éti– co-mítico. Estableciéndose así un inter– cambio cultural y una búsqueda conjunta de la verdad, y en lo religioso un ecume– nismo basado en la libertad religiosa; tomar conciencia de que inevitablemente el misionero es agente de cambio. El mi– sionero procede del centro y va a la perife– ria, es decir, él representa un tipo de cultu– ra, aunque poco a poco se vaya alejando de ella; capacitar al indígena para el contacto con la cultura occidental envolvente, ayudán– dolo en el discernimiento de las posibles ventajas y desventajas; concientizar al indígena de su situación, si aún no ha tomado conciencia de ella. Esto implica ir a su ritmo; concientizar a la sociedad envolvente y a la Iglesia de la situación y cultura del in- 27

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