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carne maltrecha de la historia y sin llevar jun– to a los crucificados de este mundo la pesada cruz de éstos. Por eso, una encarnación que quiere al– canzar a todos los hombres, toma partido por el marginado, por el crucificado. Así, la encar– nación cristiana es básicamente solidaridad con la fragilidad humana hasta la cruz. Es decir, solidaridad que se encarna, que se in– cultura. No se puede entender la encarnación de Jesús sin la cruz y la resurrección, etapas finales de su vida. Y tampoco se puede enten– der la muerte y resurrección olvidando que compartió durante unos treinta y tres años el pan y los problemas con su pueblo, sobre to– do, con el pueblo pobre y crucificado; y que asumió la cultura judía, es decir, que se incul– turó. Si no se puede separar la encarnación de la redención, la "práctica de la misión, si aún queremos pensar en términos de 'encarna– ción', deberá ser pensada como 'encarnación redentora', como encarnación en el camino de la liberación del pueblo". Ello ha de conllevar el respeto, el diálogo y la solidaridad con los no respetados y sin voz de la historia. Es ahí donde la alteridad alcanza su máxima densi– dad, y donde Jesús mejor aparece como el mo– delo de toda solidaridad encarnada y de toda presencia dialogante y testimonial. HACIA UNA NUEVA PRAXIS La presencia testimonial y dialogante leí– da a la luz de Dios, el cual respeta y dialoga con el hombre aceptándolo como un otro, co– mo un diferente, que es sujeto de su historia, o mejor, que va construyendo la historia mano a mano con Dios, exige un cambio en la pra– xis evangelizadora y misionera para con el otro, en este caso el indígena. Praxis que en– cuentra en Jesucristo su paradigma central, el cual se solidarizó inculturándose. De ahí que esta nueva praxis se caracteri– ce por una revolución copernicana donde el indígena deja de ser objeto para ser sujeto de su propia liberación, siendo el misionero su mejor amigo y aliado en este proceso de li– beración y de diálogo intercultural. El indígena, sujeto de su historia Respetar al diferente es dejar que ese otro sea sujeto de su historia. No fue ésta precisa- 26 mente la actitud tomada para con los ame– rindígenas. Si los grupos indígenas antes del encuentro con los europeos eran sujetos de su propia historia, con la llegada de éstos, los indígenas pasaron a ser eliminados, esclaviza– dos o, en el mejor de los casos, a depender de aquéllos. Desde entonces los indígenas han sufrido todo tipo de genocidio y etnocidio. Fueron pocos, incluso dentro de la Igle– sia, los que se pusieron de lado de los in– dígenas y lucharon por su causa. Es el caso de Antonio de Valdivieso, Bartolomé de Las Ca– sas y otros. Incluso éstos, que fueron sus ma– yores defensores y levantaron su voz contra todo tipo de injusticia y dominación cometi– das contra los indígenas, no consiguieron en sus prácticas evangelizadoras erradicar todo asistencialismo y paternalismo. Hoy se están buscando rumbos diferentes donde desaparezca todo tipo de autoritaris– mo, paternalismo, asistencialismo, tutela o dominación. Por el contrario, se puede decir que, tanto misioneros como indígenas, están tomando cada vez mayor conciencia del pa– pel que corresponde a cada uno. Al indígena le corresponde ser el protagonista de su pro– pia historia. Son ellos los primeros que se han de empeñar en su propia liberación y en sus propias luchas, pues ellos son y tienen fuerza histórica. A los demás les compete la tarea de solidarizarse, acompañar y caminar junto al indígena, y nunca de suplantarlo. En definitiva se está buscando la propia autodeterminación, es decir, que se "respete y promueva el derecho de cada pueblo indígena para forjar su historia y valorar su cultura a través de sus organizaciones comunitarias que han surgido a partir de su propia identi– dad, de tal forma que se conviertan en las ins– tancias de diálogo para toda actividad en rela– ción con las diferentes comunidades". Auto– determinación que, estando amenazados por la cultura occidental dominante, resulta difí– cil alcanzar. Sin embargo, este obstáculo no puede convertirse en una fuerza de freno, de pasividad o de resignación, sino muy al con– trario en fuerza estimulante, que busca con– quistar aquélla. Además de ser un derecho, la autodeter– minación constituye una condición "sine qua non" para poder mantener su identidad y su proyecto vital. Pues "el grupo étnico que no llega a ser autor de su propio destino será víctima del desarrollo de otros". Negar al in-
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