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hermanas externas fuera del monasterio, las exhortaba a que, cuando vieran árboles be– llos, floridos y frondosos, alabaran a Dios; y que hicieran lo mismo cuando vieran a los hombres y demás criaturas: siempre, en todas y por todas, alabaran a Dios" (Proc., IX, 9). SU IDEAL EVANGELICO Discípula fiel y tenaz de san Francisco Con la misma constancia con que el san– to afirmó y defendió el proyecto evangélico de vida, supo Clara asimilarlo y defenderlo con admirable fortaleza, especialmente en lo que se refiere al compromiso de la pobreza total. También ella se dejó educar por el Evangelio. Pero supera a Francisco en cohe– rencia evangélica, especialmente en la diná– mica interna de la fraternidad; en este aspec– to nadie ha superado a la "primera mujer legisladora". Un ideal vivido y adaptado con madurez Francisco no era amigo de imponer a los demás sus propias opciones ni su propio espíritu; prefería respetar en cada uno el impulso del Espíritu. Lo propio hizo con santa Clara: la dejó caminar y madurar con plena autonomía, como verdadera "cristia– na". Y ella asumió con madura conciencia el cometido de ser guía de sus hermanas; tuvo que aceptar el ser llamada oficialmente aba– desa, pero no adoptó otra actitud que la enseñada por Cristo en el Evangelio: la del servicio humilde y responsable. Tuvo perspi– cacia y decisión para no seguir la vía de las interpretaciones jurídicas adoptada por la fra– ternidad de los hermanos para evadir las exigencias de la pobreza real: rechazó expre– samente la solución ofrecida por Gregario IX de aceptar posesiones, con el dominio de la santa Sede, por el contrario, convencida de que una comunidad claustral no puede vivir sin dinero, se separó conscientemente de este punto de la Regla de san Francisco. 18 El ideal evangélico formulado en el Testamento y la Regla La pobreza es el medio fundamental del seguimiento de Cristo, herencia sagrada reci– bida de Francisco. La fidelidad a esta "altísi– ma pobreza" es lo que principalmente le movió a escribir el Testamento y lo que inspiró los tres capítulos centrales de la Re– gla, los más personales de ésta (VI, VII y VIII). En ambos documentos quiso insertar con claridad el contenido de su "Privilegio", para que en adelante no fuera necesario ha– cerlo renovar por cada pontífice, como ella lo venía haciendo. Lo propio aparece constantemente en sus cartas a Inés de Praga; es el tema que más enardece su espíritu y que inspira sus expre– siones más vibrantes. Al cabo de más de cuarenta años de haberlo experimentado, Clara estaba más convencida que nunca de que una comunidad de cincuenta mujeres pobres pue– de vivir sin medios seguros de vida, sin dotes ni rentas, porque el Evangelio es verdadero: hay un padre que alimenta las aves del cielo y viste los lirios del campo: cuánto más lo hará con quienes todo lo dejan por su amor y se abandonan a EL Es lo que ella hizo escri– bir a Inocencia III como motivación del Pri– vilegio de la pobreza en 1216. En una sociedad que despreciaba el tra– bajo productivo, llamado por los moralistas "trabajo servil", Francisco y Clara le devuel– ven su dignidad y lo consideran inherente a la pobreza voluntaria. Es lo que llamó la atención a Jacobo di Vitry al observar en 1216 la vida de las hermanas pobres: a dife– rencias de las monjas, ellas "viven del traba– jo de sus manos". Una mujer noble, entrada en el monasterio, se hubiera desdeñado de ocuparse en el "trabajo de utilidad común" que santa Clara impone a todas en la Regla (cap. VII). Siguiendo a san Francisco, Clara establece que, cuando el trabajo no fuera suficiente para cubrir las necesidades, se re– curra a la "mesa del Señor" mediante la limosna.

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