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Iglesia. Es conocida la frase a Inés de Praga: "Te considero colaboradora de Dios y sostén de los miembros vacilantes de su cuerpo inefable" (Carta 3a, 8). Cómo recibió la visi– ta de Inocencio IV, estando enferma. María, modelo de consagración Existe un paralelo entre la antífona mariana del Oficio de la Pasión y la Forma de vida de Francisco: "Hijas y esclavas del altísimo sumo Rey el Padre celeste, os habéis desposado con el Espíritu Santo". Entre Ma– ría asociada a la pobreza del Redentor en la última voluntad de san Francisco y en la Regla de santa Clara y en sus cartas. El autor de la Leyenda llama a Clara "Impronta de la Madre de Dios" . Y no faltó un intento de ver en ella una segunda María como Francisco fue llamado "alter Christus". Clara, mujer del Espíritu Gregorio IX gustaba de visitarla "para escuchar de ella celestes y divinos coloquios, teniéndola como sagrario del Espíritu Santo (Actus b. Francisci, c.43). Francisco venera– ba en ella, como en María, a la esposa del Espíritu Santo. Se sentía guiada por el divino Espíritu y formaba a las hermanas en la docilidad al Espíritu del Señor. Contemplativa y maestra de contemplativas A la escuela de Francisco, "El hombre hecho oración", Clara entró ya desde su con– versión en los secretos de Dios e hizo muy pronto de su grupo de hermanas pobres una escuela de contemplación. Es una realidad que impresionó a Tomás de Celano en 1228, cuando escribía la vida primera de san Fran– cisco (1 Cel 18-20). "Conquistada por las exhortaciones de Francisco, vino a ser causa y ejemplo de progreso espiritual para innumerables almas . .. Constante en su empeño, ardiente y entusias- ta en el amor de Dios, llena de sabiduría y de humildad ... En tal grado que ha merecido elevar a las alturas de la contemplación a sus hermanas que con suma facilidad lograron estar en la presencia de Dios, perseverando día y noche en las alabanzas divinas y en las oraciones". Declaran las hermanas en el Pro– ceso: "Era asidua en la oración día y noche, y cuando volvía de la oración, su rostro aparecía claro y más bello que el sol, y sus palabras despedían una dulzura indescripti– ble; toda su vida parecía celestial". Sierva de Cristo y de las hermanas Como Francisco, Clara recibía con grati– tud a las hermanas que le daba el Señor. Hermana entre las hermanas, en más de cua– renta años de gobierno no le dio por tomar aires de superioridad, de proteccionismo o de maternalismo envolvente. Puso en juego toda la riqueza de su ternura materna, de su sen– sibilidad femenina, con detalles maravillosos que recuerdan sus hermanas. Humilde como ninguna, se sentía feliz de lavar los pies de las externas, de servir el agua para lavarse las manos a la entrada del refectorio y de ayudar a las enfermas en los servicios más bajos .. . Nadie como ella supo unir humildad y cari– dad en su conducta con las hermanas. Efecto de esta unión de las dos grandes virtudes evangélicas era su extraordinaria afabilidad, que ponen de relieve las hermanas en el Proceso, cualidad que era ya notable en ella antes de que cambiara de vida. Gozosamente abierta al don de la existencia Su última jaculatoria antes de morir fue: "¡Gracias, Señor, porque me has creado!" (Proc. III, 20). A Inés de Bohemia: "Modera ese rigor exagerado que has abrazado, a fin de que, viviendo, sea tu vida la que alabe al Señor" (Carta III, 40s). Formada en la escue– la de Francisco le gusta contemplar, desde la terracita abierta a la llanura, el paisaje del valle de Spoleto. "Cuando mandaba a las 17
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