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misterio que Dios nos da a participar de sí mismo, una contemplación de Dios que habi– ta en nosotros y que nos dice: "Tú, en cam– bio, cuando vayas a orar, entra en tu aposen– to y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto ... ". Santa Clara trata de combinar el misterio de María, madre de Jesús, en los meses de su gravidez, con el misterio que Jesús nos prometió en las palabras que cita aquí la santa: "El que me ama será amado de mi Padre, y yo lo amaré; y vendremos a él y estableceremos en él nuestra morada" (v. 23). En resumen, pode– mos decir que María es el ejemplo de esta experiencia prometida por Jesucristo, pues se cumplió en ella; y es el guía de la misma porque nos propone las actitudes espirituales que nos harán capaces de tal gracia. ¿Cuáles son estas actitudes? 10 La humildad y pobreza con que ella aco– ge la Palabra y los caminos de Dios desde el primer momento hasta el último de su historia como Madre de Jesús (v. 24. 25) . La fidelidad al llevarlo en su seno virgi– nal (v. 19 y 24). El darlo a luz o compartirlo con nosotros (v. 17). Su virginidad, que nos recuerda la pureza de corazón de quien se entrega totalmen– te al Señor (v. 19. 25). CONTEMPLACION DE CRISTO COMO ESPEJO DE LA DIVINIDAD "Y puesto que no es sino el resplandor de la gloria eterna, brillo de la luz eterna y espejo sin mancha, mírate cada día en este espejo, oh reina, esposa de Jesucris– to, observa de continuo en él tu rostro; así podrás revestirte toda por dentro y por fuera de variedar}, de galas e ir ador– nándote de las flores y atavíos de todas las virtudes, como cumple a la hija y esposa del rey supremo. Ahora bien, en este espejo resplandecen la dichosa po– breza, la santa humildad y la inefable caridad, como lo podrás contemplar, con la gracia de Dios, mirando toda la su– perficie del espejo. Fíjate en el principio de este espejo, que es la pobreza de quien fue reclinado en un pesebre y envuelto en pañales. ¡Oh admirable humildad, oh asombrosa pobreza: el rey de los ángeles, señor del cielo y de la tierra reclinado en un pese– bre!. Mira, luego, en el centro del espejo la humildad santa, la inefable caridad, que le llevó a padecer el suplicio de la cruz y morir en ella con la muerte más ignominiosa. Es el mismo espejo quien, desde lo alto del madero de la cruz, se dirige a los transeúntes para decirles: ¡Oh, vosotros, todos los que pasáis por el camino: mirad y ved si hay dolor seme– jante a mi dolor! No hay sino responder, con una sola voz y un solo espíritu, a su clamor y gemido: No se apartará de mí tu recuerdo y dentro de mí se derretirá mi alma. ¡Déjate abra– sar, por lo tanto, oh reina esposa del Rey celestial, cada vez con mayor fuerza, por este ardor de caridad! Y al contemplar sus delicias inenarrables, las riquezas y honores de eternidad, grita con todo el ardor de tu deseo y de tu amor: Llévame en pos de ti, Esposo celestial: correremos atraídas por el aroma de tus perfumes! Correré sin desfallecer, hasta que tú me des entrada en tu bodega secreta, cuando tu mano izquierda sostendrá mi cabeza y tu diestra me abrazará deliciosamente y me besarás con el beso felicísimo de tu boca" (Carta IV, 14-32). En esta carta Santa Clara nos ofrece un itinerario de contemplación más amplio que en las cartas anteriores. Ahora se trata de contemplar a Cristo como "espejo de la divi– nidad" en los misterios fundamentales de su vida: su nacimiento, su vida oculta y pública, su pasión y muerte. Y, además, este Cristo "espejo" es el Espejo Celestial. Veamos el itinerario que nos muestra (2).
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