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Espíritu, de manera que, saliendo de nosotros mismos, nos rendimos ante el Misterio que Dios nos deja percibir de sí mismo. Es una etapa en la que el sujeto se hace más pasivo y Dios más activo; de hecho, es una etapa difícil de vivir, aunque normalmente es la más añorada. Es hermosa la expresión de Clara: "deja que tu alma se sumerja en el esplendor de su gloria". Cuando Dios, de cualquier forma, nos manifies– ta su gloria, no hay que poner defensas o estorbos, hay que dejarle la mano libre para actuar. Pero, a veces, no es fácil discernir lo que es ayuda y lo que es estorbo. Pedro creyó tener una gran idea cuando en el Tabor se vio sumer– gido en la gloria divina y dijo: "Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tien– das ... ". Sin embargo, el Señor no estuvo de acuerdo con tal plan, pues Pedro se estaba apropiando la experiencia espiritual; su inter– vención y su deseo estaban movidos por la carne. Endereza tu corazón a quien es la figura de la divina sustancia Aquí, de nuevo nos encontramos con la respuesta personal que ha de seguir a la contemplación y que puede tener lugar, sobre todo, a través de la consolación y la decisión. De la misma forma que el amor, fruto identificador del corazón, es una condición necesaria para la contemplación; también es la fuerza que hace posible la decisión para la acción y la perseverancia en la misma. Pero el corazón, piensa Santa Clara, necesita de sujetos u objetos sensibles a los sentidos y la afectividad del hombre. Por ello, en este momento identifica a Jesucristo como "la figura de la divina sustancia", una figura que, como nos dice a continuación, ha tomado, sobre todo, la forma del amor; una forma perceptible por todos. Transfórmate totalmente, por la contem– plación, en la imagen de su divinidad La respuesta que provoca el amor ha de llevar a la "transformación total" en el ama- do, con quien la contemplación nos pone en comunión . Es el paso al que debe llevar siempre la relación con el Señor. Ya no es Cristo a quien se presenta como forma e imagen de lo divino, sino la persona contemplativa, que sabe llevar a los demás, de manera perceptible, lo que ella ha recibi– do. Sabemos que para Clara esta responsabi– lidad y servicio frente al mundo fue muy importante pues lo recomendó a todas sus hermanas en el Testamento con estas pala– bras: "Porque el mismo Señor nos ha puesto como modelo para ejemplo y espejo, no so– lamente para los demás, sino también para nuestras hermanas, llamadas por el Señor a la misma vocación, a fin de que ellas, a su vez, sirvan de espejo y ejemplo a los que viven en el mundo" (Test. 19-20). Probarás la dulzura escondida que Dios tiene reservada para sus amadores No se trata ahora de la consolación pasa– jera, fruto de una experiencia esporádica de contemplación, sino de un experiencia del Espí– ritu que transforma "lo amargo en dulce" y que orienta la vida a la contemplación celestial, de la que nos hablará Clara en su última carta. Si recordamos, como dije antes, que su contempla– ción no es una simple actividad espiritual, sino un estado o condición permanente de vida, podemos entender que esta dulzura o consola– ción pueda extenderse ilimitadamente en la intensidad y en el tiempo. María como guía y ejemplo En la segunda parte del texto que nos ocupa (Cta. III, 18-27), Clara nos presenta a María como ejemplo y guía de una experien– cia contemplativa, distinta de la anterior en la forma, pero semejante en el contenido. En este caso ella nos dice que "el alma fiel" es como el "seno virginal" de María, donde Dios constituye "su morada y su tro– no". De esta forma, la contemplación es una experiencia que se realiza al entrar en el 9

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