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y vendremos a él y estableceremos en él nuestra morada. A la manera, pues, que la gloriosa Virgen de las vírgenes le llevó materialmente en su seno, así también tú, siguiendo sus huellas, de manera especial, las de su humildad y pobreza, puedes llevar siempre espiritual– mente, en tu cuerpo casto y virginal, y contener a aquel que te contiene a ti y todas las creaturas, puedes poseer lo que es mu– cho más duradero y definitivo que todas las demás posesiones pasajeras de este mun– do" (Carta III, /1-27). Como ya he mencionado anteriormente, vamos a exponer la experiencia de oración contemplación de Clara, aquí narrada, como un itinerario. El texto de esta carta nos ofrece una experiencia más rica y humanamente más atrayente que la anterior. Vamos a dis– tinguir tres partes en su exposición. Condiciones previas La primera: proteger nuestro interior de cualquier estorbo o impedimento ajeno a esta experiencia o, como lo expresa en la Regla, preservar la pureza del corazón. Este tema lo desarrolla ampliamente Francisco en su pri– mera Regla (Cap. 22), y Clara en esta carta lo menciona en varios versículos, así cuando dice: "No te pares siquiera a mirar las seduc– ciones, que acechan a los ciegos amadores de este mundo falaz" (v. 15. 6-7. 11). En el mismo sentido se puede entender la invita– ción a seguir las huellas de la Virgen María "de manera especial las de su humildad y pobreza" (v. 24. 25) . La segunda: acoger todas las manifesta– ciones de Dios en nuestra vida. En esto Clara nos refiere primero al mundo cósmico: "El sol y las estrellas admiran su belleza" (v. 16) y de modo particular a María (v. 18). La tercera: amar totalmente a Jesucris– to: "Ama sin reservas a aquel que se te ha dado totalmente por amor (v. 15). Esto, que puede parecer un ideal y una meta sublimes, es una condición evidente de toda vida de 8 contemplación. Muy a menudo, al querer encontrar la clave de dicha vida o experien– cia, deseamos conocer un método efectivo e infalible, como si fuera fruto de un par de combinaciones químicas o académicas. No. La contemplación, como nos lo pone de re– lieve Clara aquí y en otras ocasiones, está en relación directa con el amor de Dios, más concretamente en su caso, a Jesucristo. Es sólo el amor el que nos puede dar la capaci– dad de permanecer a los pies de Jesús o en ese encuentro íntimo con quien ha hecho en nosotros "su morada y su trono", y ello es posible, dice Clara, "solamente por efecto de la caridad" (v. 22). A este respecto quiero citar las palabras de un autor moderno, que ha escrito el estudio más extenso de nuestros días sobre la pedagogía de la oración en Francisco y Clara. "Su plegaria (de Clara) -dice- es siempre una cita de amor con Aquel a quien ama con todo su corazón de mujer. Su plegaria, a imagen de su vida, no es sino una sola aventura: la del amor dado, recibi– do, intercambiado. Expresa con una sensibi– lidad toda femenina la dicha que siente en presencia del ser amado" (1). Experiencia fundamental Aplica tu mente al espejo de la eternidad Clara nos invita aquí a meditar los miste– rios del amor y de la salvación de Dios, que se nos manifiestan en la vida y persona de Cristo como en un espejo. La eternidad en toda su riqueza (plenitud de vida divina en todos sus rasgos o cualidades) se ha hecho presente entre nosotros de una forma fácil de comprender, como si la viéramos reflejada en un espejo: en Jesucristo. Deja que tu alma se sumerja en el esplendor de su gloria Ahora Clara se está refiriendo sin duda a la contemplación, que, como hemos sugerido en la carta anterior, implica un dejarse inva– dir por la gloria divina, por la fuerza del

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