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Clara lo expresa con el término "arde", que lo usará también en su carta cuarta ("con todo el ardor de tu deseo") y que lo comen– taremos en su momento. Esa inspiración y fuerza que origina la consolación, en este caso conduce a "imitar a tu Esposo", que se hace realidad en el seguimiento" de una vida tal como la de Cristo, es decir, reproduciendo sus actitudes y formas de vida, particular– mente en un cambio radical de vida. Aunque en esta carta Clara no menciona expresamente dos momentos de este itinera– rio monástico de oración, que son la oración y el discernimiento, sin embargo ella los conocía y los incluía en su propio itinerario. Por ejemplo, la referencia a la "oración" aparece en la carta cuarta, cuando dice a Inés: "Absorta en tal contemplación, ten un recuerdo para esta tu madre pobrecilla" (v. 33), y la referencia al "discernimiento" apa– rece en esta misma carta segunda, de la que citamos sólo esto: "si alguno te dice o te insinúa otra cosa que te impida el camino de la perfección que has abrazado o que parezca estar en oposición con la vocación divina, con todos los respetos, no le hagas caso, sino abrázate, virgen pobrecilla, al Cristo pobre" (v. 17-18). Aquí podemos recordar las pala– bras de Celano al hablar de la vida de Clara y sus hermanas en San Damián: "Han mere– cido la más alta contemplación en tal grado, que en ella aprenden cuanto deben hacer u omitir, y se saben dichosas abstraídas en Dios, aplicadas noche y día a las divinas alabanzas y oraciones" (1 Cel. 20). Concluyendo la exposición de esta expe– riencia de oración, subrayemos el contenido de la misma, a saber, Jesucristo en su pasión y muerte, que lleva a la imitación y segui– miento en su obra redentora, reviviendo expe– riencias semejantes de sufrimiento moral ("des– preciable", "el más vil de los hombres") y físico ("golpeado", "azotado", "muriendo en– tre los atroces dolores de la cruz"); todo ello, sin embargo, con una mirada en la exaltación gloriosa de Jesucristo, en la que también su seguidor/seguidora participará: "si con El pa– deces, con El reinarás . . ." (v. 21-23). CONTEMPLAR A JESUCRISTO COMO EL HIJO ENCARNADO DE DIOS "No consientas que nuble tu corazón som– bra alguna de tristeza, ¡oh señora amadísima en Cristo, gozo de los ángeles y corona de tus hermanas! Aplica tu mente al espejo de la eternidad, deja que tu alma se sumerja en el esplendor de su gloria, endereza tu corazón a aquel que es la figura de la divina sustancia, y transfórmate totalmente, por la contem– plación, en la imagen de su divinidad. Así probarás también tú lo que experi– mentan los amigos cuando saborean la dulzura escondida, que el mismo Dios tiene reservada desde el principio para sus amadores. No te pares siquiera a mirar a las seduc– ciones, que acechan a los ciegos amadores de este mundo falaz, y ama sin reservas a aquel que se te ha dado total– mente por amor. El sol y la luna admiran su belleza; sus prendas son de precio y grandeza infinitos. Me refiero al Hijo del Altísimo, que la Virgen dio a luz, sin dejar por ello de ser virgen. Llégate a esta dulcísima Madre, que engendró un Hijo que los cielos no podían contener, pero ella lo acogió en el estrecho claus– tro de su vientre y lo llevó en su seno virginal. ¿ Quién no desechará con ho– rror las acechanzas del enemigo de los hombres que, mediante el relumbrón de las glorias momentáneas y falaces, trata de reducir a la nada lo que es más grande que el cielo? Así es en verdad: el alma del hombre fiel, que es la más digna de todas las creaturas, se hace, por la gracia, más grande que el cielo; porque, mientras los cielos, con todas las otras cosas creadas, no pueden contener a su Creador, en cambio el alma fiel, y sólo ella, es su morada y su trono y ello solamente por efecto de la caridad, de la que carecen los impíos. Es la misma Verdad quien lo afirma: El que me ama será amado de mi Padre, y yo le amaré; 7

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