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compartiera con sus hermanas de comunidad y con cualesquiera personas que vinieran a ella con el deseo de aprender más sobre la oración. A este respecto podemos citar las palabras de la Leyenda cuando nos expone algunas de las enseñanzas que Clara compar– tía con sus hermanas, particularmente con las j óvenes : "Primero las enseña a apartar del interior del alma todo estrépito, a fin de que puedan permanecer fijas únicamente en la intimidad de Dios" (n. 36). Hemos visto que su itinerario está muy relacionado con el método monástico de la Lectio Divina. No tiene nada de extraño si tenemos en cuenta que hasta el 1247 los monasterios de Clarisas estaban canónicamente bajo la Regla de San Benito y, además, unos cinco años (1219-1224) tu– vieron como visitador al cis terciense Ambrosio. Esto no impide que en otros as– pectos la oración de Clara tuviera sus rasgos franciscanos . Vemos claramente que Cristo ocupa el lugar central de su oración y contemplación, y esto en toda la amplitud de sus misterios: nacimiento, vida, pasión, muerte y glorifica– ción. Ocupa el lugar central, aunque no ex– clusivo, porque Jesucristo es para ella encar– nación y manifestación de Dios a nosotros. Aparece repetidamente que la oración y contemplación de Clara no se quedan allí. Se proyectan a la vida en forma de imitación y de seguimiento de Cristo, de transformación y de revestirse de las virtudes por dentro y por fuera, además del amor y la unión de carácter esponsal con El. Nos sugiere, tanto en la segunda como en la cuarta carta, que la contemplación terrena tiene una proyección culminante en la contemplación celestial. Clara nos recuerda que la contemplación transformante, a que nos invita, ha de ser una experiencia continua, diaria y reposada si, como se supone, alguien ha puesto en ello toda su vida (Cta. IV, 15). También podemos comprender por las palabras de Clara en esta cuarta carta que esta experiencia de la contemplación es una 12 gracia que viene de Dios (v. 18), aunque exige de nosotros una preparación, de la que ya hablamos al explicar la experiencia de la tercera carta. En la cuarta carta nos dice, a este respecto, que debemos llegar a dejarnos hacer por El, perdiendo toda la resistencia que ofrece nuestro deseo carnal de protagoni– zar nuestra vida de fe. La contemplación incluye un proceso de crecimiento, sobre todo en nuestra disponibilidad a la acción divina (IV, 27). Recordemos una vez más el papel funda– mental del amor en la acción transformante de la contemplación, pero sobre todo del amor de Dios. Podríamos notar aquí cómo en la experiencia de Clara la caridad de Dios que obra en nosotros, tiene una fuerza de purificación y transformación superior a cual– quier prueba purgativa (IV, 27) . De todo lo dicho sobre la contemplaci6n de Clara, pode– mos entender la dimensión activa, eclesial de la misma. No se trata de olvidarse de todas las miserias que nos rodean en el mundo, ascendiendo a las esferas de la mística o encerrándose en los claustros de la clausura, sino de llegar a una vida y transformación tan cristianas que hagan de la persona contemplativa una "colaboradora del mismo Dios" en su obra salvadora, concretamente "sosteniendo a los miembros vacilantes del cuerpo inefable de Cristo" (Cta. 111, 8). Y resumiendo lo d icho sobre el itinerario de oración contemplación de Clara, presento este esquema: Condiciones previas: proteger nuestro interior, nuestro cora– zón, de todo estorbo o impedimento que dificulte esta experiencia, que amenace la pureza del corazón; vivir en actitud de acogida de todas las manifestaciones de Dios a nosotros; alimentar en nosotros un amor incondi– cional y total a Dios, a Jesucristo, que es como el alma de la contemplación.

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