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gún eremitorio, lugar regular de la dicha Orden" (4). "Vosotros me habéis propuesto que de– seáis, como fruto de mejor vida, llevar una vida eremítica,... A tenor de las presentes, permitimos y concedemos que podéis vivir, juntos o separadamente, llevando la vida eremítica en algún lugar lejano y apartado de la conversación de los hombres" (5). "Finalmente, ya que deseáis llevar la vida eremítica, se concede que la llevéis según la predicha Regla" (6) Apareciendo juntas la vida eremítica y la Regla nos preguntamos: ¿Fue la observancia de la Regla un elemento que ellos buscaron o una condición impuesta de Roma? Docu– mentalmente nos hallamos ante uno de esos silencios históricos. En realidad el problema no se plantearía con tal crudeza. Dados el temperamento de los primeros "reformadores" y la praxis de aquel tiempo sería una impo– sición, una garantía que evitase el escándalo de una vida vagabunda y desarreglada ampa– rada a veces en aquellas concesiones. Impo– sición voluntaria ya que sería uno de los móviles de todos. Sabemos que se esforzaron en cumplir la Regla. Esta primera etapa está caracterizada por el ambiente de rebelión y persecución, que apenas los dejan verse en público y reunirse. No podemos buscar en ella grandes cosas; más que un auténtico grupo, son aún casos aislados de individua– lismo. En su sencillez e incultura, en vez de preocuparse de revivir a san Francisco en el siglo XXVI, intentaron situarse en el XIII. Entendieron que observar la Regla simple– mente e imitar a san Francisco, era calcarlo. Comenzaron a leerlo en las Declaraciones, Crónicas de la Orden, Leyenda de los Tres compañeros y las Conformidades (7). Este camino les cerraba toda posibilidad de super– vivencia. Juan de Fano en su Pdmer Diálogo los critica duramente apuntando también esta idea: 210 "Digo que son temerarios, Í[ "!Orantes de la Regla y de su profesión: vag :ibundos, soberbios, ambiciosos, que buscan ser llamados reformadores de la Orden. Y ponen la perfección en el hábito exterior, cuidándose poco del interior. Son impa– cientes, de dura cerviz, de mala concien– cia, porque murmuran de la Religión con infamia junto a los seglares, sin espíritu y devoción"... "Y nada menos que aque– llos temerarios engañados y obcecados del demonio, van a veces solos, a veces acompañados, a veces descalzos y otras con sandalias, ya en un tugurio ya en otro; y consumen mucho tiempo por las cortes y, frecuentemente, tienen divisio– nes entre sí; hacen guardianes con auto– ridad propia y luego no quieren obede– cerles. Y hacen otras muchas ligerezas y tonterías que serían en carnaval un bello juego para los niños, como dicen algunos que, decepcionados de ellos, se han vuel– to a la grey. Pero verdaderamente aque– llos probrecillos se engañan leyendo al– gunas cosas de san Francisco, el cual las hacía al principio de su conversión... Pero después que san Francisco tuvo la confirmación de la Regla, ordenó que habitasen juntos en los 'lugares', y fuesen de camino de dos en dos, y redujo a la Orden a la decencia conveniente, y no en el modo que ellos piensan... Todos están engañados por el demonio... Por todas estas cosas, pienso ser mucho más segu– ro quedarse en la Orden y vivir en la Comunidad y en los lugares que el capí– tulo dispone y ordena"... "Y aunque mu– chos ladran contra el vivir moderno di– ciendo que ia barca está rota y la obser– vancia por tierra, digo que la causa de estas palabras no es sino la envidia, el odio y la ambición" (8). También los capuchinos, apenas la perse– cución los dejó un poco en paz se impusieron una mayor organización aunque rudimenta– rísima aún. Esto es lo que supuso Albacina: una reunión que crea ya la conciencia clara

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