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¿POR QUE LOS CAPUCHINOS? Celestino Aós, ofm. cap. En tiempos de reforma se vuelve a plan– tear con más frecuencia en un plano más vital y menos intelectual el problema de lo específico de cada Orden. Por eso, ¿cuál es la virtud característica, específica, primordial y básica del movimiento y espiritualidad ca– puchinos? No vamos a situarnos en el momento actual, sino en los orígenes de la misma rama capuchina. Numerosas son las opiniones fundamentadas partiendo desde este punto de vista: la pobreza, el espíritu de oración, el ercmitismo, retiro del mundo, el amor e imi– tación de san Francisco, la observancia del Testamento. Ya Bernardino de Colpetrazzo (1) nos abre este camino al hablar explícita– mente de la pobreza como base del movi– miento capuchino en cuanto que es columna de la Regla. Muchos han seguido el mismo camino pero centrándose en virtudes distin– tas. Quiero poner de relieve, en primer plano, este elemento que todos reconocen, pero que orillan como presupuesto ya: "la observancia fiel de la regla"; más aún, la observancia según el ideal de san Francisco. Esto es Jo específicamente básico que adqui– rirá mil ramificaciones y formas al encarnar– se en cada tiempo concreto. EL IDEAL DE SAN FRANCISCO Abría este estudio confesando la dificul– tad que entraña el tema de los orígenes. El campo documental es muy reducido y, casi siempre, partidista. En la gran mayoría de los casos los documentos empleados son los cronistas y así no es de extrañar la inconcretez y diversidad de tesis sostenidas con idénticos 208 documentos. La maraña de interrogantes que t1ene que resolver la crítica antes de que podamos transitar con garantías de éxito, es enorme: ¿Qué valor testimonial e histórico hay que conceder a los cronistas? ¿Son im– parciales? ¿Los pensamientos que nos relatan fueron simultáneos a los hechos o son la encarnación de una teología posterior? ¿Qué decir de sus contradicciones y errores histó– ricos? La vida que nos pintan ¿era la que se vivía o es más bien un "tipo" de vida, un ideal? Respecto a los otros documentos, la cuestión no es menor: ¿Dónde hallarlos jun– tos? ¿Cómo descubrir hasta dónde eran im– parciales y qué tienen de animosidad? Sus autores, ¿qué conocimiento tenían de los he– chos en concreto y de la situación general y cómo los enjuiciaban? Y de los documentos de la Curia romana: ¿Quién los preparaba? ¿Qué influencias había de por medio? ¿Cómo se presentaba la situación ante la Santa Sede y la Cancillería papal? ¿Cómo conocer el proceso y modificaciones de su elaboración y redacción? Ni siquiera Juan de Fano escapa a esta criba: ¿Qué tienen de pensar común y qué de visión personal ambos Diálogos? ¿Qué influ– jo tuvieron en los demás religiosos? ¿Con– vencieron? ¿Por qué no se publicó el Segun– do Diálogo? ¿Era una réplica buena o era meramente conceptual, aplastante para la sen– cillez de aquellos primeros reformados capu– chinos? ... Podríamos seguir planteando pre– guntas, porque nada cuesta señalar grietas; lo costoso es repararlas. No faltan estudios bue– nos sobre puntos concretos, pero no ha surgi– do la lucha necesaria para que se vaya ha– ciendo más luz. El estudio y la historia críti– ca tienen mucho que hacer. Esto limita y condiciona nuestro esfuerzo. En los cronistas y en otros documentos encontramos una teoría que esquematizo en los siguientes puntos: 1.- Se puede -y se debe- observar la Regla pura y simplemente ya que de lo contra– rio ni san Francisco la habría escrito, ni

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