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dol~s la simiente de la palabra de Dios. Pero . .. las esp inas de las riquezas y los animales feroces de la usura asfixian la palabra tan frecuentemente sembrada, por lo cual no dan fruto de penitencia" . 12 Estas líneas vienen a ser un resumen de lo que pretendía el doctor evangélico con su predicación y sobre el modo preciso de lograrlo. Esta actitud de san Antonio, al hablar contra los usureros, es una réplica de lo que dijo Jesús en la parábola de la ciza– ña: "Algún enemigo ha hecho esto" (Mt 13, 28). Desde otra perspectiva el doctor evan– gélico, predicando a los suyos, lo sentimos inmerso en nuestras atenazadoras preocu– paciones morales. Y es que San Antonio, genio de la predicación evangélica, como todo genio, habla con sentido de eternidad. Para siempre nos dejó el legado de cómo tiene que actuarse la predicación de la Igle– sia. Debe ser ésta un sacro vínculo que conexione el Evangelio con el pueblo de Dios. Simbolismo referente a la Virgen María El segundo ejemplo nos traslada a la Coimbra de Antonio. Ante todo a Santo Antao dos Olivais. Allí vistió el hábito franciscano. Y allí convivió con el olivo y con su fruto, la aceituna. Sobre esta expe– riencia, años más tarde, elaboró un esque– ma teológico de predicación sobre la Vir– gen María. De seguro que lo desarrolló en múltiples ocasiones ante un pueblo embele– sado, al oír hablar tan bellamente de su celestial Madre. Damos un breve resumen del esquema tal como el santo doctor lo propone. Se halla dicho resumen en un sermón sobre la Asunción de María. Eligió como tema del mismo este texto del Ecle– siástico, 50, 9-11: "Como vaso de oro ... Como olivo cargado de fruto .. .". He aquí cómo ve en el olivo, simbolizada la vida de María: "El olivo primero echa la flor odorífera, de la cual se forma la aceituna, que es verde, después rojiza y finalmente madura. Santa Ana fue como el olivo del 228 cual procedió la blanca flor de inestimable perfume, María Santísima, que fue verde en la concepción y nacimiento del Hijo de Dios. Se dice verde porque mantiene todo su vigor. La Virgen Santísima, en la con– cepción y nacimiento del Salvador, perma– neció verde, conservó la fuerza de la virgi– nidad. Permaneció virgen en el parto y antes del parto. Enrojeció en la pasión del Hijo que traspasó su alma. Maduró para la fiesta de hoy, la Asunción, cargada de fru– to, es decir, poderosa con alegría, en la bienaventuranza de la gloria celestial". 13 ¿Se ha escrito un sermón más bellamente simbólico sobre María? Aquí María no es la mujer vestida de sol, coronada de doce estrellas con la luna para adorno de sus pies. Es la humilde aceituna de nuestro plato diario, pero que en su simbolismo nos da a conocer los grandes misterios de Ma– ría. Es verde en la concepción y nacimiento de su Hijo; roja, tinta en sangre de dolor, cuando lo acompaña a la cruz; madura en su Asunción cuando, llena de mérito, as– ciende por los aires para vivir eternamente al lado de su Hijo. ¿Cómo el buen pueblo cristiano no había de gustar este simbolismo de presencia que le hacía vivir los gratos misterios de María? ¿Y cómo no sentirse entusiasmado con el "doctor evangélico" que se los hacía vivir? Simbolismo referente a la resurrección En el tercer ejemplo alcanza un mo– mento cumbre el simbolismo peculiar de San Antonio. La gran fiesta de la Resurrec– ción del Señor le da una ocasión propicia. Sobre ella nos ha dejado dos sermones. En el primero conmemora la Pascua del Señor, dentro del ciclo anual de sus sermones do– minicales. Es el hecho de la Resurrección lo que intenta poner en máximo relieve. Para ello selecciona los relatos evangélicos que dan un respaldo a la fe del pueblo cristiano en el gran misterio. Los relatos seleccionados son estos cuatro: el madrugar de las mujeres para comprar aromas en la

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