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EL DOBLE SIMBOLISMO FRANCISCANO DE ANTONIO DE PADUA Enrique Rivera de Ventosa, ofmcap. La simbología bíblica hace entrever las admirables conexiones de naturaleza y gra– cia, ambas -nunca se olvide- obra del mis– mo Dios. El mejor comentario a esta simbología lo ha dado el doctor seráfico, San Buenaventura. A las luces que nos da sobre tan bello tema quisiéramos penetrar en el simbolismo del doctor evangélico San Antonio. Para información inicial del lector le preanunciamos haber llegado a concluir, a lo largo de nuestras reflexiones, que San Antonio supera a San Buenaventura en una vertiente muy importante del simbolismo cristiano. Poco a poco iremos tratando que el lector venza su obvio escepticismo. Puede sentirse respaldado en su ac titud por este autorizado juicio del historiador del pensa– miento medieval, E. Gilson. Esto escribe d,el doctor seráfico: "San Buenaventura nos conduce ante este uniyerso de símbolos transparentes cuya exuberante floración nunca había sido alcanzada ni lo será des– pués sobrepasada" . 1 Con permiso de tan gran historíador me atrevo a afirmar que Antonio de Padua se anticipó y superó a Buenaventura en una de las grandes ver– tientes del simbolismo cristiano. ¿Cuál fue? Para responder a tal pregunta es menes– ter tener muy presente la doble vertiente a que da el simbolismo cristiano. Una evoca– ción de nuestra vida casera hace patente esta duplicidad simbólica. En las cálidas conversaciones con nuestros padres, al atar– decer de su vida, advertíamos, cuando las regustábamos en nuestro retiro silencioso, una doble vertiente en las mismas. En pri– mer término, el contenido sapiencial de aquellos dichos que traían a la memoria este verso imborrable de J. M. Pemán: "La 224 verdad va por un puente de madres encanecidas". Pero todavía más que por el contenido, palpitaba de gozo todo nuestro ser por la amable presencia compartida. Contenido y presencia: dos íntimas realida– des, debidas al doble simbolismo del len– guaje iluminador y del gesto siempre tierno de quienes tanto nos amaron. Por el simbolismo del contenido ascendíamos a la mejor sabiduría que se puede aprender en este mundo. Por el simbolismo del gesto hablado nos sentíamos felizmente unidos a aquella dulce presencia que tanto nos res– tauraba de las flojeras del vivir. Esta distinción pudiera aplicarse al simbolismo bíblico. Unas veces este simbolismo e s de contenido ascendente, por elevarnos hacia las realidades eternas. De él habla San Pablo cuando escribe en su Carta a los Romanos (1, 20): "Lo invisible de Dios, desde la creación del mundo se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad". Pero el Evangelio nos hace vivir otro simbolismo por el que se percibe a nuestra vera la presencia del Padre de los cielos. En su Sermón de la Montaña Jesús predica a la multitud que le sigue: "Mirad las aves del cielo : no siembran, ni cosechan, ni re– cogen en graneros; y vuestro Padre celes– tial las alimenta ... Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hi– lan ... Dios así los viste". (Mt 6, 26-30). En verdad, la palabra de Jesús nos dice que Dios se halla en medio de nosotros, dándo– nos de comer y de vestir. Con estos gestos de bondad, Dios se nos revela en este simbolismo casero que hemos comentado. Es un simbolismo de presencia que aclara y completa el simbolismo ascendente. Este

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