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gen de san Antonio es el de los símbolos iconográficos. Como es sabido, desde la Edad Media, cada santo ha venido siendo representado con un símbolo invariable, cuyo sentido conocía muy bien el pueblo fiel. En la iconografía antoniana los símbo– los son varios y ha habido una evolución curiosa según las épocas. Primero, el santo era figurado con el libro en la mano; así lo vemos en la mayor parte de las pinturas y vidrieras de las basílicas inferior y superior de Asís y en otras imágenes del tiempo. El libro signifi– ca la Sagrada Escritura, y es también sím– bolo del magisterio ejercitado por el santo, según la idea que predominó en la canoni– zación y en la Legenda Assidua. Contemporánea al símbolo del libro, aparece en la región véneta la representa– ción del santo sentado , con una mesa o escritorio delante, sobre el nogal de Camposampiero, donde puso por escrito sus sermones. Es siempre la idea del maestro enseñando, como lo conocieron sus herma– nos de hábito. Sucesivamente, se abre paso, especial– mente en el siglo XV, el símbolo del lirio (azucena), para significar la pureza virginal del santo, puesta de relieve en la primera biografía -victoria de Fernando adolescen– te- y en la bula de canonización. Finalmente, en pleno Renacimiento pre– valece el símbolo del niño Jesús en brazos del santo, o también sobre el libro. Respon– de a una visión que habría tenido, según fuentes biográficas tardías; fue pintada por Murillo en el conocido lienzo de la catedral de Sevilla. Es esta la imagen preferida por los de– votos y más aún por las devotas de san Antonio . No faltan quienes ven en esa pre– ferencia una cierta motivación inconsciente en relación con el misterio virginidad-pa– ternidad; parece más bien que la fe de la gente sencilla la prefiere porque le habla de la eficacia de la intercesión del santo, que tiene por amigo al niño Jesús. Se ha querido hallar, asimismo, una explicación de la popularidad de san Anto– nio en la relación de su culto con ciertas aprensiones supersticiosas muy arraigadas aun entre gente de fe madura. Por ejemplo el hecho de que su fiesta se celebre, por ser el día de su muerte, en un trece, número universalmente supersticioso en Occidente; el hecho de que le esté dedicado el martes de cada semana, día también mirado con recelo supersticioso : "en martes ni te cases m te embarques". SI BUSCAS MILAGROS La razón principal de la popularidad de san Antonio es, sin duda, su fama de tau– maturgo. Hecho tanto más llamativo cuanto que en vida no hizo ningún milagro a juz– gar por las fuentes más antiguas . Uno so lo le atribuye el biógrafo de la canonización, pero entre los que hizo después de la muer– te, siendo así que, en otros procesos de canonización de la misma época, los mila– gros en vida constituían un argumento pri – mordial para demostrar la santidad del sier– vo de Dios. Los conocidos milagros de la predicación a los peces, de la mula que se arrodilla ante el Sacramento, del pie corta– do por un oyente arrepentido que luego recompone el santo, el corazón del avaro hallado en su arca, las repetidas bilo– caciones ... , aparecen por primera vez en la llamada Leyenda Rigaldina, escrita a fines del siglo XIII y, sobre todo, el Líber miraculorum, compilado hacia 1370, o sea, siglo y medio después de la muerte del santo. 2 Eso sí, a raíz de su muerte, fue una verdadera explosión de milagros de toda clase obtenidos por su intercesión; cincuen– ta y tres de ellos fueron reconocidos en el proceso de canonización con rigurosas prue– bas testificales. El primer biógrafo resume en estos términos lo que sucedió junto a la tumba del santo: "Allí los ojos de los ciegos se abren; allí se descierran los oídos de los sor- 201

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