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Dada la popularidad alcanzada por An– tonio inmediatamente después de su muer– te, no hemos de extrañar que la piedad se apoderase de él como de ningún otro, idea– lizándolo y contorneándolo conforme a la función mediadora que se le fue asignando. Así es como se creó esa imagen de un fraile gentil y delicado, de rostro juvenil, sin barba, porque así lo prefería la piedad. Pero la biografía de la canonización, cono– cida con el nombre de Legenda Assidua, describe a san Antonio como corpulento y pesado. El reciente examen de su esqueleto ha confirmado ese dato. El santo era de complexión membruda y fuerte. Esa corpu– lencia fue agravada en los últimos dos años a causa de la hidropesía, que le producía opresiones alarmantes; fue la enfermedad que lo llevó al sepulcro. Las pinturas más antiguas, en efecto, transmitieron esa tradi– ción fisionómica externa; así el fresco de Giotto en la basílica superior de Asís, don– de Antonio aparece predicando al capítulo de los hermanos en Arlés, una tabla de la escuela de Giotto en Padua y algunas mi– niaturas de códices. A la corpulencia debía de corresponder una voz potente y clara, que se hacía oír de miles de personas en abierta campaña. Te– nía el mentón amplio y una dentadura bien conservada, como aparece en los mismos restos. Su piel era, según el primer biógra– fo, de color aceitunado, como la de muchos portugueses aun hoy día, pero rugosa, por efecto de sus penitencias y de las fiebres contraídas en aquel invierno africano, rum– bo al martirio. Se le veía con el rostro y la mirada habitualmente elevados al cielo. Por lo que hace a la edad no existe una base crítica para precisarla, los historiado– res colocan su nacimiento entre 1190 y 1195. Al morir podría tener unos 40 años, pero las arrugas de su piel y sus achaques le hacían parecer más entrado en años . Andando el tiempo, la piedad y, por lo tanto, la versión iconográfica, harían que el santo se sobrepusiera al hombre, más aún, 200 que el taumaturgo se sobrepusiera al santo, el icono al retrato. Entre las varias iniciativas de estos úl– timos decenios dirigidas a estudiar el caso de Antonio de Padua, una de las más inte– resantes fue el Coloquio interdisciplinar celebrado en Padua en 1979 sobre el tema "La imagen de san Antonio". Los temas de mayor interés, a cargo de especialistas de solvencia, fueron acerca de la imagen antoniana contemporánea, vista desde vi– suales muy diversas: sociológica, psicoló– gica, periodística, litúrgica, artística, histó– rica, iconográfica. Muy interesante ha sido la evolución de la tipología iconográfica a través de los siglos, pasando por el primero y segundo renacimiento, el barroco, el romanticismo y los tiempos modernos. Se convino en que la época más decadente, desde el punto de vista artístico y simbólico, ha sido la nues– tra, que ha comercializado un san Antonio barato, de colorete, por llevar el aire a una piedad sensiblera y superficial. Con ocasión del Coloquio citado se tuvo una exposición de estampas modernas y se hizo una encuesta para ver cuáles eran las preferidas de los devotos antonianos. El resultado fue que se llevan la primacía las estampitas de gusto popular y las más di– vulgadas. De ello son responsables las ca– sas editoras que, por interés puramente co– mercial, difunden ese san Antonio dulzaino y manido por la única razón de que es el género que más rinde en las estamperías de los santuarios antonianos. Lo mismo podría decirse de la imaginería barata que se pone a la venta.' Por fortuna van teniendo éxito, en otro nivel, verdaderas obras de arte en las imá– genes encargadas a escultores modernos de fama reconocida y conscientes del mensaje que debe transmitir el arte religioso. El arte tiene una parte importante en la educación recta de la piedad del pueblo. Otro elemento interesante de la evolu– ción seguida en la interpretación de la ima-
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