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Pero san Antonio no fue un demagogo ni un predicador tremendista. He citado arriba el testimonio de Tomás de Celano, que escribía la vida de san Francisco en 1228/1229, dos o tres años antes de la muerte del santo: " Hablaba de Jesús en todo el mundo con palabras más dulces que la miel" ( 1 Cel 48). Aun así no le faltaron persecuciones y denuncias por causa de su libertad evangélica; pero la fama de santo, que lo precedía y lo acompañaba, lo ponía a cubierto de toda maledicencia. No sólo con sus sermones, sino también con la acción directa, intervino diversas veces como agente de paz privada y públi– ca. Consta que en mayo de 1231, un mes antes de su muerte, llevó a cabo una misión de paz en Verana ante Ezzelino de Roma– no, sin resultado positivo. Su amigo Tiso, que puso a su disposición sus tierras en Camposampiero, era un convertido: había sido un "condotiero" inquieto y turbulento. Martillo de los herejes En un tiempo en que la herejía tenía en sobresalto a los responsables de la Iglesia y de la sociedad civil, y se trataba de hacerle frente con la inquisición, la cruzada y la controversia, Francisco de Asís pareció ig– norar el problema. Cuidó, eso sí, en sus dos reglas y en el testamento, de mantener a los hermanos menores inmunes al contagio; pero en sus escritos no aparece mención alguna de los herejes; es más, los primeros biógrafos, que respiraban ese clima antiherético, no le atribuyen alusión alguna en su predicación, ni un gesto, ni un mila– gro polémico que tuviera como mira com– batir a los herejes, no obstante que tenía muy cerca, en el mismo valle de Espoleta, grupos de cátaros. Prefirió afirmar sin am– bigüedad lo que ellos negaban, como lo hace en sus escritos. Pero por donde él pasaba, afirma Tomás de c;elano, la herejía se desvanecía y triunfaba la verdadera fe (1 Cel 62). 208 Gregario IX, en la bula de canoniza– ción, llamó a san Antonio "Martillo de los herejes", no porque hubiera movido una cruzada armada contra ellos ni porque, en sus sermones, se hubiera dedicado a rebatir victoriosamente los errores, sino porque, con su predicación evangélica y positiva, con el testimonio de su santa vida hizo reflorecer entre los fieles la pureza de la fe . En la Romagna, y particularmente en la ciudad de Rímini, era fuerte la presencia de los herejes patarenos, que negaban la validez de los sacramentos administrados por sacerdotes indignos. Bastó la eficacia de su palabra para que abjuraran sus erro– res, comenzando por el jefe de la secta de nombre Bononillo. Una evolución biográfi– ca tardía dramatizaría la arremetida del santo contra la herejía, inventando el milagro de la mula que se arrodilla ante la Eucaristía y el sermón a los peces. No parece que el recurso a los milagros polémicos entrara en el estilo de Antonio, sin excluir el sentido de genuina florecilla que, en su origen, pudo tener la alocuci ón a los "hermanos peces", recogida en el libro de las Floreci– llas (cap. 40). También al sermón de san Francisco a los pájaros se atribuyó más tarde cierta intención polémica: una lección a los habitantes de un lugar que se negaban a escuchar la divina palabra. 7 La siguiente campaña en el Mediodía de Francia pudo haber sido solicitada al santo con el fin de contrarrestar el influjo de los albigenses en las poblaciones, ya que seguían siendo fuertes no obstante la cruza– da dirigida contra ellos por Simón de Montfort y la labor de controversia llevada a cabo por santo Domingo y su orden. Nada sabemos del resultado. La Legenda Assidua pasa por alto esas campañas. Y cuando describe detalladamen– te la predicación de la Cuaresma en Padua en 1231, no menciona a los herejes entre las categorías sociales que eran objeto de su denuncia profética; en cambio habla de herejes convertidos por efecto de los mila– gros realizados en la tumba del santo des- - 1

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