BCCCAP00000000000000000001559
Juan Parenti hubo de aceptar, con des– agrado, la decisión de la mayoría de remitir la solución al Romano Pontífice. Fue desig– nada una comisión de seis hermanos, emi– nentes por su ciencia y su amor a la orden; el primero de la lista, no sabemos si tam– bién jefe del grupo, era Antonio. El resul– tado de la gestión de la comisión fue la bula Quo elongati de Gregorio IX (28 de septiembre de 1230), primera declaración pontificia de la regla franciscana. 5 Debió de ser en esta ocasión, como se ha dicho, cuando el santo tuvo su predicación a la corte romana. Del supuesto o real antagonismo en– tre san Antonio y fray Elías se harán eco fuentes franciscanas tardías, con particula– res pintorescos. "Exonerado del gobierno de los hermanos -refiere el primer biógra– fo- Antonio obtuvo del ministro general, Juan Parenti, la plena libertad para darse a la predicación". La audacia profética de su predicación En Antonio nació el predicador aquel día en que, por obediencia, dejó que la lengua hablara de la abundancia del cora– zón (Mt 12, 34). Recibida de su provincial la misión de evangelizar, escribe el primer biógrafo, "comenzó a recorrer ciudades y castillos, aldeas y campiñas, diseminando por doquier la simiente de vida con genero– sa abundancia y con ferviente pasión". Los biógrafos no se han planteado la cuestión de la lengua en que predicaba el santo. Portugués, llegado a Italia a la ven– tura, hizo oír su voz en regiones lingüísticas tan di versas como la Romagna, el Véneto, Lombardía, el Mediodía de Francia: no tuvo tiempo para aprender los varios idiomas. ¿ Cómo hacía para hacerse entender del pue– blo? Con toda probabilidad él hablaba en latín ; en efecto, el biógrafo hace constar el dominio que poseía de la lengua eclesiásti– ca. Pero el latín sólo lo entendían los letra– dos y aun estos hallarían dificultad en cap- 206 tar la diferente pronunciación latina por la que, en la Edad Media, eran ya conocidos los clérigos hispánicos. El autor de las Flo– recillas, al referir el sermón predicado por Antonio ante la corte romana, recurre al milagro de Pentecostés para dar una res– puesta (Florecillas, cap. 39). Quizá lo que enardecía a la gente sencilla no era tanto lo que decía el predicador, sino quién lo decía y cómo lo decía. En Antonio, como en Francisco, predicaba la persona y la vis profética de su mensaje. A través de sus sermones, escritos mu– cho tiempo después de haberlos predicado y para destinatarios cultos, es difícil hacernos una idea de lo que fue la predicación de An– tonio. Ha sido proclamado Doctor Evan– gelicus por Pío XII. "Heraldo del Evangelio" es el apelativo que le da muchas veces el pri– mer biógrafo. Un heraldo evangélico es, ante todo, un testigo y un enviado, un profeta. En esos mismos sermones, Antonio traza repeti– das veces los rasgos del auténtico predica– dor: es un enviado, un simple portavoz, mi– nistro de la Palabra, la cual posee eficacia en sí misma; ha de basarse siempre en la Pala– bra de Dios, estudiada, meditada, asimilada; el predicador ha de predicarla primero a sí mismo y después a los demás, nunca en nombre propio, sino siempre en nombre de Dios . Se puede ser predicador eficacísimo también callando ... Como Jesús, el hombre del Evangelio ha de ser testigo de la verdad, mártir de su propio mensaje. Dejó escrito en uno de sus sermones: "La verdad engendra odio; por esto algunos, para no incurrir en el odio de los demás, echan sobre su boca el man– to del silencio. Si predicaran la verdad tal como es y la misma verdad lo exige y la divina Escritura abiertamente lo impone, ellos incurrirían en el odio de las personas mundanas... Jamás se debe dejar de decir la verdad, aun a costa de provocar escándalo" (Sermones,/, 332). Así lo hizo él. En el texto latino de sus sermones se percibe, bien que lejanamente,
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz