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El documento de la CLAR repite insisten– temente este principio: "En su proceso perso– nalizado el primer agente es el propio for– mando" (n. 53). "El ser humano es ser en cre– cimiento, sujeto de su propia formación" (nn. 61 y 142). "Ha crecido la conciencia y la praxis que cada formando sea agente de su propio proceso formativo , único e irrepetible" (n. 283). "Lo primero que descubrimos es la ne– cesidad de crear condiciones en la comuni– dad para que cada persona tenga participación en la programación, decisiones, ejecuciones; todo esto en condiciones de igualdad, dentro de un clima de libertad, confianza y creativi– dad que permitan relaciones de acogida y res– peto, intercambio de experiencias y capacidad de confrontación" (n. 313). Este es uno de los rasgos de la nueva evangelización y formación. No se trata sim– plemente de ampliar el campo de concesiones al formando, pero manteniéndolo siempre en el terreno de destinatario. Es un cambio radi– cal: pasar de destinatario a ser sujeto de su propio destino. IV. EL FORMADOR En el sistema autoritario, el formador era el protagonista, el que dictaba mientras los formandos copiaban al dictado. Con un gran abanico de gradualidades, pero siempre den– tro del tipo verticalista. Cuando a un religioso o religiosa se le nombraba formador, se ponía inmediatamen– te a pensar qué tenía que hacer. Suponía que debía notarse su presencia. Pocos pensaban que su importancia estribaba precisamente en lo contrario, en su capacidad de pasar desaper– cibido, de hacer el bien desde el ú.ltimo lugar. Y esto desde la óptica misma del Evange– lio. "Los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y se hacen llamar bienhechores; pero no así vosotros, sino el mayor sea como el menor" (Le 22, 25-26). Formar es evangelizar, es hacer que el segun– do sea semejante al primero, que el sábado se subordine al hombre, y por consiguiente que las tradiciones conventuales sirvan a la hu– manización de sus miembros. Dentro de un instituto religioso cada uno debe ser sujeto de su itinerario hacia Dios. El formando es sujeto. El formador también. Luego sus rela– ciones deben estar enmarcadas en la frater– nidad y en la libertad de los hijos de Dios. Nadie debe dominar a nadie. El Evangelio es claro. "No llaméis a nadie 'Padre' vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo" (Mt 23, 9). Co– menzamos por usurpar el nombre de "Padre" y terminamos por apoderarnos también de su función. No es cuestión de rasgarse farisaica– mente las vestiduras por un apelativo, pero sí tratar de ser coherentes con un espíritu radi– calmente fraterno como lo propone Jesús de Nazaret. "No os dejéis llamar 'Maestros' porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos" (Mt 23, 8). La tarea que nos pide el Evangelio es la de fraternizar. Y a ser her– manos sólo se aprende viviendo como her– manos. Lo nuestro, lo de todo cristiano, tanto formandos como formadores, es ser hermanos, ser discípulos. Tenemos que asumir nuestra condición de sujeto, y no podemos renunciar en ningún caso a nuestra responsabilidad. Se– ría despersonalizarnos. Estaríamos fuera del plan de Dios 9 . La función del formador se describe como la del acompañante o compañero, en su sen– tido etimológico. Compañero: el que comparte el pan con el otro en un mismo camino. Es el gesto amistoso, que significa compartir la búsqueda, las dificultades y los éxitos del ca– mino, compartir la vida, convivir. Volviendo al sentido originario de las palabras, el for– mador tendría que ser "pedagogo". En la an– tigua Grecia el pedagogo era el que conducía al discípulo ante el maestro. Y cuando lo po– nía en contacto con él, el pedagogo se retiraba discreta y silenciosamente, dejando al maestro la palabra. Un ejemplo típico es el que nos describe Juan al hablar de los primeros discí– pulos. Andrés dice a su hermano Simón que ha encontrado al Mesías: "Y lo llevó donde Jesús" (Jn 1, 42). Felipe se encuentra a Nata– niel, y frente a las objeciones críticas de éste, se limita a contestar: "Ven y lo verás" (Jn 1, 46) . Andrés y Felipe son verdaderos pedagogos para Simón y Natanael. La función no es de indoctrinar sino de testimoniar 10 . El Evangelio no consiste en una doctrina que hay que creer, sino en una ex– periencia de fe propuesta como mensaje, como vida. Según dice un buen teólogo: "El prin– cipio hermenéutico que lleva a descubrir la verdad no es la evidencia, sino el escándalo que nos produce la resistencia de la realidad. La realidad es siempre una revelación sorpren– dente para el pensamiento, el cual se limita a ser testigo de tal revelación" 11 • 51
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