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de este gesto para glorificar al Padre: "Te alabo porque has escondido estas cosas a los sabios y las has revelado a los sencillos" (Mt 11, 25). Existe otra manera de educar, que es la propia del Evangelio. No la autoritaria, sino la testimonial, fraterna y comunitaria. "No os dejéis llamar maestros" (Mt 23, 8). "Vosotros seréis mis testigos" (Hech 1, 8). Esta forma no subordina a nadie, sino que restablece a cada uno en su personalidad y subjetividad, sin rebajarlo al nivel de objeto. Lo que constituye al hombre a imagen y semejanza de Dios es el carácter personal. Ser persona confiere una marca única, ser cons– tructor de su propia historia, en libertad y en apertura a los otros. Cada persona es irrepe– tible. Se requiere respeto a la singularidad personal, y actitud de equivalencia mutua: "Todo cuanto queráis que os hagan los hom– bres, hacédselo también vosotros a ellos" (Mt 7, 12). "Ama a tu prójimo como a ti mismo" (Le 10, 27). El Evangelio - y el carisma- no es sólo doctrina, sino primordialmente vida. Y la vida reclama en cada uno la condición de sujeto. La obj eción salta en seguida: "Los recién llegados a la congregación no saben ni cono– cen el carisma y nuestras tradiciones. Hay que enseñárselas". Aquí está el punto álgido. ¿será inevitable reducir a objeto y destinatario al formando, cayendo en la autosuficiencia de creernos sa– bios? Es la tentación más frecuente de los for– madores, sobre todo de los nuevos formadores. Y en el fondo lo que se persigue es una uni– formidad despersonalizante. Creemos que he– mos formado cuando logramos la implanta– ción de unos esquemas de conducta que en vez de maduración y flexibilidad , producen la es– clerotización del ser humano. "iQué bien vio– láis el mandamiento de Dios para conservar vuestra tradición!" (Me 7, 9). El mandamiento de Dios, el Evangelio, es el amor fraterno: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros" (Jn 13, 34). Hay que reafirmar la unicidad y exclusivi– dad del magisterio divino. Lo anunció por me– dio del profeta: "Ahora te hago saber cosas nuevas, secretas, no sabidas, que han sido creadas ahora, no hace tiempo, de las que hasta ahora nada oíste, para que no puedas decir: "Ya lo sabía" (Is 48, 6-7). Y Pablo lo proclama de modo solemne : "Dios es el úni– co sabio" (Rom 16, 27). Por eso Jesús fue mi– sericordioso con todos los pecadores menos con los que no respetaban la identidad y per- 50 sonalidad de los demás: "iAy de vosotros, es– cribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condenación el doble que vosotros!" (Mt 23 , 15). "iAy de vosotros, los legistas, que imponéis a los hom– bres cargas intolerables y vosotros no las to– cáis ni con uno de vuestros dedos" (Le 11, 46). La verdad más sublime se hace execrable desde el momento que quita personalidad; y quita personalidad cuando es imposición for– zada. Por no tener en cuenta esto, se han pro– ducido las dictaduras más odiosas que termi– nan por imponer el sábado, la ley o la existen– cia del mismo Dios a costa del hombre. Mucho más peligroso que el mal uso de la libertad es la negación de la misma libertad. Negar la libertad atenta a la raíz misma del ser humano, mientras que el mal uso de la li– bertad conserva siempre un rescoldo de per– sonalidad8. Al comienzo ya aludimos al pensamiento evangélico de que el sábado es para el hombre y no viceversa. Podríamos ahora completarlo con otro pasaje muy expresivo, cuando un es– criba pregunta cuál es el primer mandamiento. La respuesta de Jesús es desconcertante. Al primer mandamiento añade el segundo. Al amor a Dios incorpora el amor al prójimo, y declara que el segundo es semejante al pri– mero (Mt 22, 39). El amor a Dios, aunque sea algo excelente, resulta insuficiente si no hay respeto y amor al hombre. Muchos crímenes se han cometido contra el hombre preten– diendo dar gloria a Dios. "Llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios" (Jn 16, 2). Ese es el engaño de quienes no respetan la personalidad del hombre: "Si alguno dice: 'Amo a Dios' y aborrece a su her– mano, es un mentiroso" (1 Jn 4, 20). El camino a seguir no es la indoctrinación o domesticación, sino la vía testimonial. Ma– nifestamos en la vida nuestra esperanza; vi– vimos lo que creemos, aportamos lo mejor de nosotros, y lo hacemos respetando la libertad de los demás. Los resultados son lentos, pero no importa : "La historia de la salvación pone de manifiesto la paciencia histórica de Dios con su pueblo" (n. 64). No se puede renunciar a considerar al for– mando como sujeto. Esto es esencial al Evan– gelio, aunque en circunstancias concretas sur– jan problemas y conflictos. Aquí es donde se demuestra la pericia del formador. Lo autori– tario es siempre recurso de los débiles e inse– guros.
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