BCCCAP00000000000000000001557

No buscamos conflictos, pero queremos vivir el Evangelio aunque genere conflictos, porque tampoco los rehuimos. Queremos que los segundos en la sociedad sean semejantes a los primeros. Pero hay primeros (en el mundo y en la Vida Religiosa) que no aceptan a los segundos en igualdad. Esos supuestos "primeros" deben demostrar sus privilegios, si están de acuerdo con el Evangelio. Nosotros sencillamente reclamamos el derecho a amar a los últimos, y convivir con ellos. VII. EL SIGNO DE LA INTERCONGREGACIONALIDAD Jesús, en la última noche de su vida, hizo una petición muy especial al Padre: "Que to– dos sean uno" (Jn 17, 11). Es la dimensión católica, esto es, universal de la fe. Y si ésta se constituye fundamentalmente por una fuer– za centrípeta de cohesión y unidad, tiene ade– más otra fuerza expansiva de apertura ilimi– tada. La catolicidad no es una hermandad restringida, como si dijéramos a la defensiva, sino comunión ecuménica, de oriente a occi– dente. Existe en muchos un miedo visceral a lo ecuménico, semejante al miedo del niño que no se atreve a salir de casa. El Vaticano II no logró disipar sospechas y recelos frente al ecumenismo, ni frente a la libertad religiosa. Algunos los consideran temas vitandos. Y sin embargo el Concilio insistió: "Es de gran im– portancia que los futuros pastores y sacerdotes dominen la teología elaborada según este cri– terio con toda exactitud, sin espíritu polé– mico"22. En el terreno de la Vida Religiosa, y en tono menor, ha existido también cierto espí– ritu de rivalidad y recelo frente a otros insti– tutos religiosos. Subrayan algunos que la for– mación y trabajo conjuntos (intercongregacio– nalidad) pueden llevar a la difuminación de los carismas propios. Será un peligro a evi– tar, pero que no justifica la negación de la in– tercongregacionalidad, lo que supondría otro peligro mayor. El espíritu de colaboración con otras con– gregaciones nos puede librar del sentimiento de gheto, de capillismo, y de muchas actitudes antifraternas y nada evangélicas. Trabajar por esta mentalidad de equipo ecumémico e inter– congregacional es responder positivamente a la oración de Jesús, y reflejar en nuestra his– toria el misterio de la comunión trinitaria. 54 El documento CLAR reconoce nítida– mente los valores positivos de la intercongre– gacionalidad: "La dimensión intercongrega– cional amplía y complementa los recursos hu– manos de la formación" (n. 55). "Este don de la vida religiosa que Dios concede a su Iglesia se expresa en una multiforme variedad con– gregacional, que debe tener presente en todo el proceso formativo, tanto a nivel de prác– ticas y de relaciones como a nivel de conteni– dos" (n. 69). "La vida religiosa inserta vamos– trando pistas de relación entre las diferentes Congregaciones" (n. 71). "El signo visible de este hecho lo tenemos en las Conferencias de Religiosos a nivel nacional, y en la CLAR, a nivel continental; instancias éstas de comu– nión y participación de la vida religiosa lati– noamericana que apoyarán los procesos for– mativos de las congregaciones para ayudarlas a mantenerse diferentes en la unidad, sirvien– do cada cual con su misión y sus tareas a la nueva evangelización" (n. 72). "Las ingentes y difíciles, pero siempre gratificantes tareas que la formación nos depara, no pueden ser lleva– das a cabo por una sola persona, comunidad o Congregación. Se hace necesario aunar es– fuerzos, unificar criterios, buscar caminos de convergencia para ser signo creíble de lo que anunciamos, y ayudarnos a encontrar respues– tas a las exigencias de la formación para la NUEVA EVANGELIZACION" (n. 378). CONCLUSION El documento CLAR me parece un paso importante en el seguimiento de Jesús. Tiene en cuenta la historia, pero al mismo tiempo posee la audacia de marcar nuevos rumbos hacia adelante. No es una actitud repetitiva y mimética, sino creativa, captando la pureza del origen evangélico para encontrar fuerzas de futuro y esperanza. Tal vez algunos formadores piensen que su papel queda muy disminuido, y que eso puede abocar a la anarquía y desorientación de los jóvenes. Sospecho que es una aprecia– ción un tanto superficial y nostálgica. Porque asumir la función del testigo, en vez de la reivindicación de lo autoritario, supone un compromiso mucho más serio y evangélico que implica toda la vida. Es, ciertamente, morir a un protagonismo llamativo. Pero es un morir para resucitar. La vida nueva pasa por la muerte de cruz. Una verdad elemental... que olvidamos muchas veces.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz