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guardarlo sin trabajo alguno, como natural– mente y por costumbre; no ya por temor al infierno, sino por amor de Cristo y cierta cos– tumbre santa y por la delectación de las vir– tudes. Lo cual se dignará el Señor manifestar por el Espíritu Santo en su obrero purificado ya de vicios y pecados" 9 . Este Paraíso al que se regresa no es un lugar, obviamente, sino un estado de madu– rez personal y cristiana, en el que lo difícil se troca en fácil, la ignorancia en sabiduría, el temor en amor. El monje en esta fase de vic– toria recupera el estado de Adán inocente. Así lo describe, por ejemplo, S. Juan Crisós– tomo: "El trabajo de los monjes es el mismo que el de Adán al principio, antes de su pe– cado, cuando estaba revestido de gloria y con– versaba familiarmente con Dios" 1 º. Aunque tenía su comienzo ya en este mundo , se trataba más bien del Paraíso esca– tológico, en el que el hombre llegaba a dis– frutar del cuerpo espiritual del que habla Pa– blo en 1 Cor 15. Por eso el propiamente pro– totipo para el monje era el segundo Adán, Cristo resucitado. Es nota característica la cantidad de anéc– dotas que se cuentan en las vidas de los ana– coretas y cenobitas, que describen a los ani– males dañinos, leones, serpientes, cuervos, escorpiones, respetando y obedeciendo a los ascetas del desierto. Gracias a su ascetismo y a la gracia de Dios, el santo llega a disfrutar una perfecta armonía interior y exterior con el mundo ambiental; no se deja exaltar ni abatir; conserva un sano equilibrio. A esto hay que añadir el alto grado de contemplación que, se decía, alcanzaban. Era la llamada oración pura. La mente quedaba despejada de lo terreno y se unía a la divini– dad, que de por sí excluye toda representación imaginativa, todo elemento discursivo 11 . 2.3 Sábado y Domingo Este tipo de espiritualidad suscita algu– nas reflexiones. Se intuye cierta dicotomía, y la preferencia se la lleva la contemplación, en el binomio "Ora et labora". Se acentúa la índole intimista, y no se ve muy marcada la preocupación social. El mundo es el escenario del drama, y no aflora una teología de la crea– ción que exija nuestra colaboración para for- jar aquí en la tierra una sociedad más humana y más fraterna. Ciertamente no se le puede pedir a una época la comprensión de la glo– balidad, pero el equilibrio ecológico no era una preocupación de los que se refugiaban en el desierto. La relación creación-justicia– ecología-paz se irá descubriendo progresiva– mente bajo la iluminación del Espíritu. Hoy afirmamos que la creación no es sim– plemente el establecimiento de un orden na– tural sobre el que se edificaría después el so– brenatural. La creación es ya un acto salví– fica , es histórica, y a través de ella se va reve– lando la palabra de Dios 12 . Pero es sugerente ver cómo para los ju– díos, con el documento sacerdotal (Gén 2, 2-3) se cierra la obra creadora con el Sabat, y se institucionaliza el día sábado, como el re– poso de Yavéh y el de los hombres, mientras que el Cristianismo ha pasado la importancia de la semana al primer día, el día del sol, el domingo, como retomando la obra creadora que hay que continuar. Escribió en este sen– tido San Justino: "Nos reunimos precisamente el día del sol, porque éste es el primer día de la creación, cuando Dios empezó a obrar so– bre las tinieblas y la materia, y también por– que es el día en que Jesucristo, nuestro Sal– vador, resucitó de entre los muertos. Lo cruci– ficaron, en efecto, la vigilia del día de Saturno, y a la mañana siguiente de ese día, es decir, en el día del sol, fue visto por sus apóstoles y discípulos 13 . Creación y Resurrección aparecen en conexión y continuidad lógica. Cristo rompe con el sábado para continuar trabajando co– mo su Padre (Jn 5, 17) y estableciendo con esta ruptura un signo de esperanza y de vida 14 . Los cristianos asumimos como fundamental el primer día de la semana para construir– - crear- nuevo cielo y nueva tierra (Apoc 21, 1). Así lo afirma el Señor: "Mira que hago un mundo nuevo" (Apoc 21, 5). Hay que notar, sin embargo, que tanto el sábado judío como el domingo cristiano son días de descanso y ocio. Lo que se insinúa es muy valioso: el descanso es también creador, porque es humanizador. Lo fructífero no es sólo la eficiencia. Hay que saber, a su tiempo, reposar para no deshumanizarnos. La fiesta es profundamente humana. Y en la escuela, con el estudio está el tiempo del juego, que pre– cisamente llamamos recreo, re-creo, hacer po– sible el rendimiento humano 15 . 75

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