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humana, esencialmente precaria y creatural. No acepta ser hombre, humano= Adán. Pero su osadía subraya su debilidad. En vez de su– bir, baja. Se degrada poniéndose al nivel de los animales. Ahora sí tiene de qué avergonzarse (Gén 3, 7). Ha abusado de su inteligencia, de– vorando su fruto . El hombre es humano res– petando su racionalidad, no actuando en contra de ella, Se ha roto la armonía. Ahora el hombre degradado ya no merece respeto a los anima– les, que se le vuelven hostiles y rivales (Gén 3, 15). El mundo ha dejado de ser paraíso. El capítulo 4 del Génesis describe el otro pecado, el de Caín. Porque el hombre no ha aceptado ser humano, tampoco aceptará ser hermano. Fuera del ámbito de la cordialidad humana, no hay hermandad. Caín mata al hermano. No es preciso llegar a la desapari– ción física. Basta el odio, como nos dice Juan: "Todo el que aborrece a su hermano es un asesino" (1 Jn 3, 15), y como lo señaló clara– mente el mismo Jesús: "Han oído que se dijo a los antiguos: 'No matarás, y el que mate, será reo ante el tribunal'. Pues yo les digo: 'Todo el que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal'" (Mt 5, 21-22). He aquí la narración de una historia des– humanizadora: del hombre al no-hombre, del jardín al desierto, de la vida a la muerte. Es la maldición intrahistórica. Se ha perdido la humanidad y la hermandad, nos alejamos de Dios, y la fauna y la flora sufren las conse– cuencias deshumanizadoras. La conclusión que se deduciría del relato yavista sería simple y a la vez muy densa: El hombre se deshumaniza si se aleja de Dios, del hermano y del mundo. No será más hom– bre, buscando su autonomía contra Dios, ni rechazando al otro, ni abusando despótica– mente de las criaturas. Será verdaderamente hombre abriéndose a Dios y al hermano, y dignificando la tierra que le rodea. El daño causado a los demás, revierte sobre nosotros mismos. Un ambiente deshumanizado, nos deshumaniza. Lo que lleva a la divinización, es una genuina humanización transcendente 6 • 2. HISTORIA MONACAL 2.1 Huida al desierto Durante los 3 primeros siglos de la Iglesia, los cristianos eran pocos, pero con un grado notable de autenticidad. Las persecuciones 74 garantizaban la sinceridad de los discípulos. Se jugaban la vida, y asumían el riesgo cons– cientemente. Con la paz del emperador Constantino, año 313, la Iglesia dejó de ser "subversiva" y se transformó en religión privilegiada. Las conversiones en masa aumentan el número, pero la calidad decrece. Se inicia, con la era constantiniana, una época de mediocridad eclesial. En estas circunstancias se da el fe– nómeno del Monacato, la huida al desierto. En estos hombres y mujeres que lo abando– nan todo, revive con fuerza el pensamiento de la creación original. Hay que re-crear el mundo desde sus cimientos. La ciudad se ha corrompido; la vida sedentaria e instalada ha favorecido la decadencia. El confort termina por deshumanizar al hombre. Se refugian en el desierto para comenzar el proceso de re-creación en el erial, donde Dios creó al hombre del polvo. Es la evoca– ción del peregrinaje del pueblo a través del desierto durante 40 años. Los monjes se con– sideran peregrinos en busca de la tierra pro– metida, que para ellos se sitúa en la otra vida del más alla, si bien ti ene sus raíces en este mundo 7 . La espiritualidad del desierto recobra nue– va pujanza. En tiempos de Cristo existían los esenios, que habitaban en el desierto junto al mar Muerto. Juan el Bautista predicó en el desierto. Y el mismo Jesús pasó una tem– porada en el desierto, antes de iniciar su vida pública (cfr. Mt 4, 1-11). En nuestros días destaca la figura de Charles de Foucauld, que vivió en el desierto de Marruecos y donde murió asesinado el 1 de diciembre de 1916. Los Hermanitos de Jesús, con gran sentido evangélico, están profundizando esta espiri– tualidad de desierto 8 . 2.2 Espiritualidad monacal Indudablemente, detrás de esta retirada al desierto hay toda una motivación evangé– lica. Los monjes consideraban la vida como un combate, una ascética, y quienes sabían afrontar la batalla, llegaban a la perfección que se manifestaba como regreso al Paraíso. San Benito alude a la escala que une la tierra con el cielo, mediante la humildad: "Subidos, pues, finalmente todos estos grados de humil– dad, llegará el monje en seguida a aquella caridad de Dios que, siendo perfecta, excluye todo temor (1 Jn 4, 18). Por ella todo cuanto antes observaba no sin recelo, empezará a
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