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de vivir "expropiado" de los bienes terrenos, de la ambición de la codicia, de la envidia, de la preocupación de sí mismo, poniendo todo al servicio de los demás... Para el religioso, la pobreza le libera de la riqueza para seguir a Cristo, según dijo Pe– dro: "Lo hemos dejado todo para seguirte" (Me 10, 28-30). El joven rico del Evangelio que no siguió a Jesús "porque tenía muchas riquezas" (Me 10, 17-28); Judas que entregó a Cristo por treinta monedas, los invitados a la cena que no la aceptaron porque tenían bie– nes, campos o animales que atender, nos de– muestran la esclavitud interna que ejerce el TENER en detrimento del SER. 2. La falta de seguridades y comodidades La seguridad de bienes engendra confian– za en sí mismos, hace al hombre dios de su existencia. El exceso de bienes lleva a la in– credulidad. Para los pobres, el "danos el pan de cada día" les impulsa al trabajo, al ahorro, al sacrificio, a la pobreza, a la fe, al amor, a la esperanza... La pobreza de seguridades y comodidades se encuentra hoy comprometida por las garantías adn;inistrativo-instituciona– les que tenemos: seguridades oficiales vitali– cias, seguros de enfermedad, de accidente, de vejez, que nos permiten no estar mínimamen– te preocupados por el mañana. Por otra parte, hacemos consistir la pobre– za más en el NO TENER que en el SER. A ello se añade, el envanecimiento, la autosatis– facción, la crítica ajena, la murmuración, la envidia, termómetro eficiente de la falta de pobreza, hoy. Finalmente, según comenta el P. Lafranco Serrini, General de los Francisca– nos Conventuales en 1986, las desarmonías cotidianas de nuestras fraternidades, que sig– nifican que tenemos "la boca rebosante de pa– labras y de grandes ideales sociales", pero que .. nos ahogamos en el vaso de agua de nuestras desavenencias, de la falta de comodidad o del exceso de la misma, del no tener las cosas a punto... ". "En lugar de compartir el dolor de la humanidad que sufre, nos mostramos resenti– dos, quisquillosos, con caras largas, plañido– res inconsolables... ". 3. Pobreza en instalaciones y casas Es ésta otra seguridad contestada en nues– tro status religioso. Hay un peligro y riesgo fraterno de "in– movilismo" y apropiación práctica de casa y lugar, de Francisco, frente a aquella itineran– cia inicial, luego "domesticada". 408 Para Francisco, no había problema de "propiedad y uso": al volver de Oriente, em– pezó a desmontar, piedra a piedra y teja a te– ja, la casa de piedra que tenían los hermanos en La Porciúncula, hasta que el Comune le hizo entender que estaba echando a tierra una propiedad del municipio. La propia Regla di– ce que los hermanos tengan vestidos, brevia– rio, y supone que aceptan como propias las casas que les son construidas. Hasta el monte La Verna lo recibió Francisco, sin preocupar– se de propiedad o de uso ... La vida actual (vida ciudadana, distancias desaparecidas, trabajos institucionalizados, apostolados socializados, etc.) ha dado al tras– te con la antigua vida itinerante o mendican– te posterior. La necesidad de grandes instala– ciones e instituciones no ha eliminado del hermano menor el apego personal a situacio– nes de poder, de comodidad, de ocupación de cosas y bienes, poniendo su riqueza mil veces en cosas mínimas como si fuesen bienes superiores. Se cae en la riqueza del TENER con el deseo lo que no se puede con el hecho. Con lo que la pobreza del SER queda malpa– rada y minusvalorada en la vida espiritual fraterna. "Tenemos garantizado nuestro man– tenimiento, por lo que podemos eximirnos irresponsablemente del vivir a l día del habi– tante de nuestras ciudades ..." (Lanfranco Se– rrini). La inestabilidad es una exigencia del Evange lio y del franciscanismo: "el Hijo del Hombre no tiene donde reposar su cabeza" (Mt 8, 20). "Los hennanos no se apropien na– da para sí, ni casa, ni lugar ni cosa alguna" (Rb, Vl-FF 90). 4. La desocupación fraterna Hoy no está en vigor la lejanía de con– ventos de las ciudades ni la limosna puerta a puerta como se hacía hasta hace muy poco tiempo. La mendicidad, que ha sido un signo convincente de espiritualidad, de humildad y de pobreza, hoy es un signo de vagancia, de incapacidad, de pordioserismo casi persegui– do, al menos de negligencia y desorden social. Hoy el pobre vive de su trabajo y se gana el pan, en todo o parte, con el sudor de su frente. El Concilio manda a los religiosos que ..cada uno en su oficio, obedezca la ley co– mún del trabajo y se procure así los medios necesarios a su sustento y a sus obras" (Perf. Car., n. 13). Lo mismo expresó Francisco, ya entonces, del trabajo "que no sea contrario a la salud del alma".

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