BCCCAP00000000000000000001551

Nosotros esperamos firmemente. Espera– mos encontrar toda esperanza. Porque en Je– sús hemos aprendido a descubrir que la espe– ranza no falla. "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?" (Le 24,5). Nuestra búsqueda no tendrá fin, "hasta en– contrarlos". Su vida, la vida de los desapare– cidos, no puede terminar en la muerte. Ellos prolongan su vida haciendo posible un mun– do más justo y fraterno. Un mundo en el que "no habrá muerte ni llanto, ni gritos ni fati– gas, porque el mundo viejo ha pasado" (Apoc 21,4), el mundo viejo de los dictadores, de los opresores, de los que pretenden usurpar el puesto de Dios, único dueño de la vida y de la muerte. No puedo olvidar las palabras del Carde– nal Suenens: "¿Por qué soy un hombre de es– peranza? Porque creo que Dios es nuevo ca– da mañana. Soy un hombre de esperanza no por razones humanas o por optimismo natu– ral, sino sencillamente porque creo en el Es– píritu Santo creador, que da cada mañana, a quien lo acoge, una nueva libertad. Soy un hombre de esperanza porque sé que la histo– ria de la Iglesia es una larga historia toda cua– jada de las maravillas del Espíritu Santo. Es– perar no es un lujo: es un deber. Esperar no es soñar; al contrario, es el medio para que el sueño se transforme en realidad. Dichosos los que se atreven a soñar y están dispuestos a pa- gar el más alto precio con tal de que el sueño tome cuerpo en la vida de los hombres". O como decía Peguy: "Yo soy, dijo Dios, el Señor de las virtudes. La fe es la que se mantiene tensa por los siglos de los siglos. La caridad es la que se distiende por los siglos de los siglos. Pero mi pequeña esperanza es la que todas las mañanas nos da los buenos días". Sabemos bien "de quién nos hemos fiado" (2 Tim 1,12). "No quebrará la caña cascada, ni apagará la mecha humeante, hasta que lle– ve a la victoria el juicio: en su nombre pon– drán las naciones su esperanza" (Mt 12,20- 21). El Evangelio nos impone ser hombres de esperanza. Pero no será posible esperar sino desde una situación de minoridad y pobreza. El poder y las riquezas ahogan la esperanza (Mt 13,22). Ser cristiano es esperar y trabajar por el retorno del hermano menor, solidarizar– se con él, hacerse a su vez hermano menor. Dios nos ha hecho una pregunta y no des– cansaremos hasta poder dar una respuesta: ¿Dónde está tu hermano? No podemos volver a casa sin ellos, no podemos dormir ni descan– sar hasta que no los hayamos encontrado. NOTAS: 1 La misericordia no significa descuidar la justicia. Quien es in– Justo, es el más inmisericorde. La misericordia es el corona– miento de la justicia. Cfr. Juan Pablo 11, "Dives in misericor– dia". Léase por ejemplo Pedro TRIGO, La misericordia como revelación y salvación, en Nuevo Mundo (1981) ; 156-161. 2 Sermón guelferbitano, PLS 2, 579. 3 Tratado sobre el Evangelio de Juan, CCL 36, 174-17 5. 4 Sermón 43; PL 52, 321. 5 Castillo interior, quintas moradas 111, 7-11. 6 Cfr. J. SOBRINO, Resurrección de la verdadera Iglesia. San– tander, Sal 'ferrae, 1981. Capítulo 5: La experiencia de Dios en la iglesia de los pobres. 7 Jo_sé R. GUERRERO, El otro Jesús. Salamanca, Sígueme, 1976; pags. 308-309. 8 J. SOBRINO, Cristología desde América Latina. México CRT 1977, 2' edición, pág. 66. ' ' 9 C. DUQUOC, La esperanza de Jesús, en Concilium 59 (1970) 315-316. ' 1 ° Cfr.: J. McHUGH, La Madre de Jesús en el Nuevo Testamento. Bilbao, Desclée, 1979; pp. 478-484. 11 J. McHUGH, obra citada, pág. 479. 12 K. GASTGEBER, Crisis actual y nuevos modelos de esperanza en Concilium, 59 (1970) ; 312. ' 13 C. DUQUOC, artículo citado, pág. 323. 73

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz