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conciencia y constituye nuestra esperanza. No somos verdaderamente hijos de Dios si no so– mos hermanos. Y no somos hermanos si nos mantenemos indiferentes ante la desaparición de cualquiera de estos pobres, sea cual sea su mentalidad política. Estamos aquí para dar ra– zón de nuestra esperanza cristiana. Tenemos que gritar muy fuerte que matar no es el culto que Dios quiere: "Llegará el día en que los ma– ten pensando que así dan culto a Dios. Ha– rán eso con ustedes porque no nos reconocen ni al Padre ni a mí" (Jn 16,2-3) . Es la demos– tración más evidente de que esos no son go– biernos cristianos aunque se califiquen de ta– les y vayan a misa los domingos. "Creer en Jesús es creer en lo que él cre– yó: que la fuerza y el poder de Dios anima to– do esfuerzo de superación del hombre y está presente en su más radical experiencia de li– mitación y desesperanza, provocándole al de– seo y a la conquista de lo inaudito desde las cenizas de la propia impotencia" 7 . Es llamativo cómo tradicionalmente se ha venido considerando a Jesús. Teniendo en cuenta lo que nos dice san Pablo: "La caridad no acaba nunca... Ahora subsisten la fe, la es– peranza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad" (l Co 13,18-13), se dedujo que puesto que Jesús era Dios y ya disfrutaba de la visión beatífica, poseía la vir– tud de la caridad pero no la fe ni la esperanza. Hoy afortunadamente los teólogos defien– den que Jesús fue un hombre de fe y de espe– ranza. Encontramos así a un Cristo más hu– mano, más cerca de nuestros problemas, com– pañero de nuestro caminar a tientas, en me– dio de tentaciones y oscuridades. Para descubir a un Jesús creyente, es deci– sivo el pasaje de Me 9,23: "Todo es posible al que cree", responde Jesús al padre del lunáti– co. Comenta Jon Sobrino: "el pasaje es inter– pretado cristológicamente, aplicado al mismo Jesús, él es el que cree con fe ilimitada... Fe es confianza en Dios, es decir, existencia a partir de otro, en quien se encuentra sentido y seguridad para la propia existencia... Tam– bién aparece la fe como fidelidad, es decir, la fe que se concreta como confianza en cuanto perseverante"s. "Para el pensamiento tradicional, el Jesús histórico es el ejecutor obediente de un plan preestablecido; se limita a cumplir la volun– tad del Padre. Su muerte también entraría en este plan. En tal caso, Jesús no habría cono– cido ni nuestras vacilaciones ni nuestras an– gustias. Se habría limitado a seguir un camino trazado de antemano. Pero hay que afirmar que Jesús no es solamente el sostén objetivo de nuestra esperanza por su resurrección; es también el que supo ante todo esperar activa– mente en la oscuridad de nuestra historia. Las condiciones en que se ejerció su esperanza fue– ron, comparativamente, la nuestras" 9 • Esto clarifica enormemente la especifici– dad cristiana. Ser cristiano es creer en lo que Jesús creyó, y esperar en lo que él esperó. Por supuesto, también amar lo que él amó. Por lo que respecta a la esperanza, elevan– gelio de Juan se ha presentado como un desa– rrollo progresivo de la esperanza de Jesús, a través de los milagros que jalonan la historia evangélica 10. "En cada una de las ocasiones, siempre antes que se realice el milagro, se esfuerza por hacer comprender al lector que la situación es, humanamente hablando, sin esperanza... Se trata en todo esto de mostrar que todos los cálculos humanos yerran, y que solamente cuando hemos perdido cuanto poseemos, ga– namos más de lo que hubiéramos podido so– ñar en poseer" 11 . El primer milagro es el de las bodas de Caná (Jn 2,1-11). Una situación sin esperanza (el vino se ha terminado) es superada insospe– chadamente. A esa circunstancia un tanto in– trascendente, sigue otra más vital: el hijo de un funcionario real se está muriendo. Se han agotado todos los recursos humanos. Pero Je– sús cura al moribundo. Nuevamente la espe– ranza ha triunfado (Jn 4,46-54). El siguiente milagro, la curación del para– lítico de la piscina de Betesda (Jn 5,1 -18), pre– senta más dificultades. Una enfermedad anti– gua, treinta y ocho años enfermo, y además en su pobreza no tenía a nadie que le ayuda– ra a llegarse hasta la piscina. Un caso deses– perado. Pero aquel hombre esperó todos esos años sin impacientarse. El resultado es una in– vitación a la esperanza. Ahora hay que dar de comer a cinco mil personas (Jn 6,1-13). "Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un po– co". Pues bien, la aportación humana es com– pletamente desproporcionada: 5 panes y 2 pe– ces. Todos se saciaron. Y todavía sobraron 12 canastos. Si el paralítico llevaba 38 años enfermo, el nuevo signo esperanzador es mucho más difí– cil. Un ciego de toda la vida, desde su naci– miento (Jn 9,1-41). Jesús escupió en tierra, hizo barro con la saliva, le untó los ojos al 71
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