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del hermano. Esta última sería la consecuen– cia de haber ya hallado al Padre. Habría pri– mero que acentuar la dimensión vertical, la re– lación hijo-Padre, y sólo en un segundo lugar la dimensión horizontal de hermano a herma– no. El mundo necesitaría, ante todo, volver a Dios para encontrar su salvación y llegar a ser Reino de Dios. Hay un aspecto básico que hemos de rete– ner, pero no en la forma en que suele plan– tearse. Hay cierta verticalidad previa a la ho– rizontalidad, un matiz teocéntrico anterior a lo antropocéntrico, no de esfuerzo humano por llegar a Dios y luego replegarse sobre el hombre, sino que lo teologal (vertical) no es ascendente sino descendente, no es conquista sino gracia. La iniciativa la toma Dios; noso– tros ni la merecemos ni somos conscientes de ella en la mayoría de los casos. Es lo que es– cribe Juan: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que El nos amó" (1 Jn 4,10). Este versículo afirma una verticalidad previa, descendente, que es gracia: "El nos amó". O como dice más adelante: "El nos amó primero" (1 Jn 4,19) . Y niega una •verticalidad previa ascendente: "no es que nosotros hayamos amado a Dios". Sería dar la iniciativa al hombre, sería pela– gianismo. Por consiguiente estamos de acuerdo en que a la horizontalidad del amor al hermano precede una verticalidad de amor de Dios, pe– ro es una verticalidad en la que Dios es suje– to, no objeto. De esta verticalidad no se pue– de pedir cuentas al hombre, es gratuita, prece– de a nuestros méritos, y se da no porque no tengamos pecado, sino precisamente porque somos pecadores. Lo afirma Pablo de modo tajante: "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecado– res, murió por nosotros" (Rm 5,8). El perdón de Dios es anterior a nuestra conversión; si nos convertimos es porque Dios ya nos ha per– donado. El esquema no es: pecado-conver– sión-perdón, sino pecado-perdón-conversión. Dada esta línea descendente del amor de Dios, totalmente gratuita, sobre nuestra reali– dad pecadora, la respuesta que se nos pide no es otra línea ascendente, sino colateral, hacia los hermanos. La exigencia es ya antropológi– ca. "Si Dios nos amó de esta manera, tam– bién nosotros debemos amarnos unos a otros" (1 Jn 4,11). "Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios" (1 Jn 4,7). El amor a Dios, como acto segundo y res– puesta a su amor gratuito, no se niega; está implicado en el amor al hermano menor, al pobre. La síntesis última de los mandamien– tos no son dos amores:.a Dios y el hombre, si– no uno solo: el amor fraterno. "Todos los pre– ceptos se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud" (Rm 13,9-10). "Toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Gál 5,14). Esta es la síntesis que nos ofrece Pablo. Así lo comprendió san Agustín: "Queriendo el Señor Jesús declarar el modo como los hom– bres deben probar que aman a Cristo, insistió en que ello debe mostrarse en el amor a sus ovejas... Amémonos mutuamente y ya estamos amando a Cristo" 2 • Y en otro pasaje, más cla– ramente: "El amor a Dios es el primero en la jerarquía del precepto, pero el amor al próji– mo es el primero en el rango de la acción... Comienza, pues, por amar al prójimo". "Parte tu pan con el hambriento, y hospeda a los po– bres sin techo; viste al que va desnudo, y no te cierres a tu propia carne... Al amar a tu pró– jimo y cuidarte de él, vas haciendo tu camino. ¿ Y hacia dónde caminas sino hacia el Señor Dios?" 3 • San Pedro Crisólogo clamaba en sus ser– mones: "Que preste atención al hambriento quien quiere que Dios preste atención a su hambre; que se compadezca quien espera mi– sericordia; que tenga piedad quien la busca ; que responda, quien desea que le responda a él. Es un indigno suplicante quien pide para sí lo que le niega a otro" 4 • Esta es la enseñan– za de aquella parábola del siervo sin entrañas, en la que se nos dice que Dios nos tratará del mismo modo como tratemos nosotros a nues– tros hermanos más pobres (Mt 18,23-35). Impresiona cómo la mística doctora San– ta Teresa escribe sobre este argumento: "Solas estas dos cosas que nos pide el Señor: amor de su Majestad y del prójimo, es en lo que hemos de trabajar.. . La más cierta señal que - a mi parecer- hay de si guardamos estas dos co– sas, es guardando bien la del amor del próji– mo; porque si amamos a Dios, no se puede sa– ber, mas el amor del prójimo sí. Y estad cier– tas que, mientras más en éste os viéredes apro– vechadas, más lo estáis en el amor de Dios... Cuando yo veo almas muy diligentes a enten– der la oración que tienen y muy encapotadas cuando están en ella (que parece que no osan bullir, ni menear el pensamiento, porque no se les vaya un poquito de gusto y devoción 69

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