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franciscanós de América Latina encarnaron ese espíritu en un notable esfuerzo de incul– turación, como lo demuestra el gran interés que manifestaron desde el principio por las culturas pre-colombinas, y el diálogo que es– tablecieron con representantes de las mismas y que ha llegado hasta nosotros en testimonios escritos (Motolinia, Bernardino de Sahagún), creando poblaciones de indígenas y convivien– do con ellos, y dando origen a las primeras reducciones (Paraguay, 1580). Podemos presumir con fundamento que algunos de los más conspicuos evangelizado– res franciscanos de América Latina alimenta– ron la idea de una renovación de la Iglesia en el Nuevo Mundo, que respondía al propio es– píritu renovador de Francisco, frente al enve– jecimiento de la cristiandad y el estancamien– to de la vida religiosa en el Viejo Mundo, "creando comunidades ideales de cristianos según el modelo cristiano primitivo, en un to– do diferentes de lo representado por la Igle– sia europea" (A Müller, Presencia francis– cana en América Latina, ponencia presenta– da en el Congreso interfranciscano de Mattli , 1982). Este impulso misionero original se pro– longaría hasta la época de la emancipación y los subsiguientes conflictos con los poderes públicos. Por otro lado, la Orden se fue con– virtiendo poco a poco también en América Latina en una institución numerosa y podero– sa, y su progresiva conventualización, con la inevitable clericalización de su actividad apos– tólica, fue apagando el impulso inicial. Al desmoronamiento de las estructuras coloniales en la época de la emancipación y de las misiones ligadas a ellas, correspondió en Europa la gran crisis de las Ordenes reli– giosas, a favor de los vientos racionalistas e iluministas y las tendencias revolucionarias de los siglos XVIII y XIX, de las que la mayor parte, y entre ellas la Franciscana, salieron empobrecidas y diezmadas. La subsiguiente restauración de la Orden en Europa se produjo bajo el signo del obser– vantismo, y fue la gran ocasión perdida, como observa Lázaro Iriarte, para un retorno al es– píritu de los orígenes, un comenzar de nuevo. El espíritu de los orígenes se iría congelando cada vez más en un observantismo severo, una experiencia religiosa marcada por la fidelidad a la ley y a las "sagradas tradiciones", y una espiritualidad de repliegue frente a las "ace– chanzas del mundo" , en realidad los desafíos 22 de la nueva sociedad burguesa-capitalista y las ideologías emergentes. La evangelización había sido práctica– mente interrumpida en los años de la eman– cipación, y a mediados del siglo XIX quedaba muy poco de la antigua expansión misional. 2. Nueva implantación de la Orden en América Latina A partir de la Restauración, el impulso mi– sionero cobró nueva vida. Volvieron a fun– cionar los Colegios misioneros de América, y muchos hermanos europeos, no pocos de ellos exclaustrados, emigraron a América Lati– na, en ocasiones llamados por los propios Go– biernos liberales. Se comenzaron a recuperar así antiguos territorios de misión y se abrieron nuevos campos a la acción misionera en dis– tintos países. Mientras las misiones seguían expandién– dose, ahora con mayores aportes de hermanos provenientes de otros países europeos, a fi – nales del siglo pasado se comienza a reimplan– tar la Orden en la mayor parte de los países de América Latina, lo que daría origen a las actual es entidades o circunscripciones francis– canas latinoamericanas. Esta implantación se llevó a cabo sobre la base de modelos, usos y costumbres neta– mente europeos, en dependencia de una cul – tura y una eclesiología que podría calificarse como neo-colonialista ; y, por lo que hace a la vida franciscana, centrada en la observancia regular, privilegiada en el proyecto restaura– dor europeo, y casi convertida en un absolu– to. Se forma a los candidatos, que comienzan a llenar los seminarios menores, para el sacer– docio y para la actividad ministerial, sin una propuesta explícita evangélica y franciscana . En algunos lugares tienen un desarrollo bastante considerable las misiones populares, especialmente entre los Capuchinos, pero la actividad apostólica se abre casi exclusiva– mente en dos campos: la actividad ministe– rial-parroquial y la docencia. De hecho, como lo hemos dicho en otro lugar (Cfr. CUADER– NOS FRANCISCANOS, sep. de 1982, a lo lar– go de los primeros decenios de este siglo se fue produciendo una reconfiguración de la Or– den como un instituto de vida activa, fenóme– no más visible y rápido en América Latina que en Europa, a·causa de las urgencias pastorales y eclesiales, aceptadas sin mayor análisis. Así, en lo que va de siglo, la actividad apostólica de la Orden en América Latina

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