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238 con tal amor en rapto y con esas respuestas tan reales, rotundas? Las colgantes colinas azuladas su hombro son, sostenedor del mundo, lleno de majestad -tal un enorme y fuerte caballo garañón, dulce, muy dulcemente violeta-. Esta hermosura, toda esta hermosura estaba aquí. Solo el contemplador faltaba. Cuando, una vez, por fin los dos se juntan, al corazón le nacen, unas alas valientes, y súbita le escapa, oh, sí, casi le escapa la tierra bajo el pie. La noche estrellada iOh, mira a las estrellas, mira, mira a los cielos! íQué ardientes muchedumbres se asientan en el aire! iOh, villas refulgentes, redondas ciudadelas! En umbría de bosques se ahondan los diamantes. iLos ojos de los elfos! iQué frío en esas grises praderas donde el oro, el oro vivo yace! ¿sacudido serbal, al viento! iAéreos álamos, todos en llama! iCopos de palomas, flotantes, que huyeron en bandadas al susto del cortijo! -iAh, ese cielo se compra, todo es premio! -iComprarle! iPujar! -¿Qué? - Rezo y votos y limosna y paciencia. Mira: iun hervor de mayo del huerto entre el ramaje! Mira: es marzo en flor de oro que el salgar ha nevado! Es el granero. El grano, dentro de los umbrales. Tras esa valla fúlgida, está en la casa Cristo, está el Esposo, Cristo, sus santos y su Madre. "Leyó el mundo como un libro profético, en que su tarea era descubrir a Cristo", dijo el P. Peter Levi en la ocasión citada. "El libro escrito por dentro y por fuera", que es compendio de nuestra humanidad exaltada, Cristo, en quien se encuentran "reducidos a unidad lo primero y lo último, lo sumo y lo ínfimo, la circunferencia y el centro, el alfa y el omega, el efecto y la causa, el creador y la criatura" (San Buenaventura, Itinerario del alma a Dios, VI, 7. Edic. BAC. Madrid). Esta presencia ejemplar de Dios y de Cristo en la "maravilla y esplendor del mundo" es "el misterio" que Hopkins se esfuerza por descifrar o "desentrañar" (El naufragio del Deutschland, 5) "por el desnudo conocimiento, la contrafuerza con la que solo Dios puede mover la aspiración en respuesta a la inspiración", o la luz de Dios reflejada como en un espejo en las criaturas, para que a través de ellas lo podamos rastrear y especular, según san Buenaventura. Y el impulso del anhelo es tal en el poeta que el resultado es una actividad creativa profundamente integrada e integradora, a pesar de las quiebras de sus siquismos y sus tendencias desintegradoras, la pluralidad y polaridad de los ele– mentos contrapuestos y las caídas de tensión de una existencia tan contradicto– ria y paradójica como la suya. Desde ella, y muchas veces desgarradoramente, Hopkins sale al encuentro del "Padre engendrador, cuya belleza es inmutable", y se manifiesta por igual en el esplendor de los cielos multicolores o "en el paisa– je dividido en pastizales y barbechos", "en las resecas brasas que caen de los cas– tañares en otoño" o "en las alas del pinzón" que en "todo lo que tiembla motea– do, abigarrado, y oscila (oh, quién sabría cómo)", "en todas las cosas opuestas y primarias", "en lo veloz y lo lento, lo dulce y lo amargo, lo claro y lo oscuro" (Multicolor belleza).
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