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Y tampoco hay que dejar de lado el temperamento afectivo de Hopkins, su capacidad intuitiva y su hiperestesia, que de no haber estado compensadas por un sólido pensamiento teológico y una fe profunda, pudieran haberlo llevado a al– guna forma de desequilibrio mental o psíquico; de hecho, estuvo al borde de él en algún momento de su vida. También Francisco de Asís estuvo dotado de un temperamento maicada– mente afectivo e intuitivo; a lo que también hay que agregar su vinculación es– piritual con el movimiento provenzal, que dejó profundas huellas en su espíritu y en su vida desde su juventud. Tanto en uno como otro, san Francisco y Hopkins -y el paralelo, como es fácil advertir, no es gratuito- la naturaleza, las cosas creadas tienen una enti– dad tan sustantiva que afecta hondamente todo su psiquismo, y se convierte en uno de los puntos de referencia obligados para el estudio de su personalidad. Y así como en san Francisco se operó una purificación y espiritualización de los elementos peculiares del idealismo caballeresco de origen provenzal, así también en Hopkins, luego de su conversión, se desarrolló un proceso de decan– tación y purificación de un cierto sensualismo y naturalismo -tentación perma– nente de su espíritu- visible en su poesía anterior, y de espiritualización, con una nueva proyección teológica y erística. Hopkins contempla la creación en una perspectiva de encuentro y comu– nión, porque podía ver todas las cosas "como si estuvieran iluminadas desde den– tro" y "de un modo indefinible altamente significativo", no de otra manera que san Francisco, para quien todas las cosas "llevan" también una "significación", si bien en Hopkins hay una preocupación fuertemente estética; pero, aun la belle– za exterior y formal, está en función de esa mirada interior y esa ejemplaridad de las criaturas. Como para san Francisco, también para Hopkins el resultado de esa activi– dad contemplativa o "sobre-elevación" (san Buenaventura) es una aproximación afectiva e íntima a las criaturas, que muchas veces se convierte en una comunión cósmica y aun mística, de la que sólo es capaz un contemplador religioso. No conocemos ningún otro poeta en el que la realidad, las criaturas y su dimensión simbólica y expresiva, estén tan sustantivamente presentes como en Hopkins, y ningún otro que remita de una manera tan clara a una cosmovisión teológica y espiritual franciscana como él. Como ejemplo de lo que venimos diciendo, y de lo que enseguida agregare– mos, citamos aquí íntegramente dos poemas de Hopkins, en la espléndida versión de Dámaso Alonso (Seis poemas de Hopkins, en Poetas españoles contemporá– neos. Ed. Gredas. Madrid): Vítores en la cosecha Ahora acaba el verano; con bárbara hermosura las hacinas se elevan alrededor; arriba, muy arriba, iqué andanzas de los vientos, y qué bello ese porte de los sedeños sacos de las nubes! ¿Acaso alguna vez torbellinos de harina más salvajes, más ondulados caprichosamente, en moldes se fraguaron, fundieron entre el cielo? Yo camino: levanto, yo levanto el corazón, los ojos, para, al fondo de toda gloria de los cielos, cosechar al Señor. iAy, corazón, ay, ojos, ¿qué miradas, qué labios os han nunca respondido 237

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