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disciplina interior, muy acorde con su modo de ser, y la manera de alcanzar la "consistencia y firmeza" y la "unidad" que andaba buscando para su vida, y que, según su modo de ver, no podía ofrecerle el anglicanismo, la "casa a medio ca– mino". La Iglesia, con su tradición de santidad, la solidez y permanencia de su doctrina y sus "declaraciones", y su sacramentalidad, expresada especialmente en la Eucaristía: "Ya tienes lo que quieres, pasa estos muros, / Alguien dij o : 'El es contigo al partir el pan"', se le ofrecía como el lugar adecuado para realizar su profunda aspiración a una vida disciplinada y coherente y a su búsqueda de per– fección. Esto es lo que dice y sugiere la larga carta que escribió a sus padres expli– cándoles su decisión. Dos años después de su conversión tomó la decisión de ordenarse sacerdo– te e ingresar en la Compañía de Jesús, que se le presentó como la institución re– ligiosa más adecuada para su búsqueda de disciplina y de rigor. Antes de ingresar, y no sin muchas vacilaciones, decidió también destruir todos sus poemas; y así lo hizo constar en su diario, con un humor quién sabe si muy inglés: "Hoy, matanza de los inocentes". Y durante casi diez años se abstuvo de escribir poesía, lo que constituyó un gran sufrimiento para él, poniendo bajo sospecha el propio don de Dios, que no otra cosa era su enorme capacidad creativa, como si se tratara de una actividad "peligrosa", o de algo "contrario a mi estado y vocación", actitud solo explicable teniendo en cuenta la delicadeza de su conciencia, rayana en el escrúpulo, y su puritanismo anglicano. Felizmente, acabó superando esa aprensión, si bien nunca enteramente, mientras volcaba su capacidad creativa en su diario y otros escritos. Después de un silencio tan largo, demasiado para una vida tan corta, su inspiración desbor– dó todas las barreras represivas, y escribió su extenso (35 estrofas), deslumbrante y sorprendente poema El naufragio del Deutschland. A la memoria de cinco mon– jas franciscanas, ahogadas en el hundimiento de ese barco en la costa de Inglate– rra, considerado como una de las mayores creaciones poéticas de toda la literatu– ra inglesa, al que nos referiremos más adelante. Gerald Manley Hopkins , S.f. (1844 -1989) 233

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