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que se entrecruzan con el principal; y que ofrecen numerosas claves de lectura -Duns Scoto está aquí también muy presente con sus más originales intuiciones teológicas, especialmente la más cara a Hopkins: la primacía absoluta de Cristo, razón y fin de toda la creación- que hay que interpretar a la luz del resto de la poesía y otros escritos del autor. El núcleo del poema es la muerte redentora de Cristo y la universalidad de la salvación. La gracia de la redención - que hubiera tenido lugar aunque el hom– bre no hubiera pecado, según la teoría de Scoto, y Hopkins lo recuerda aquí a su manera netamente elíptica- va "cabalgando el tiempo como domando un río", y "su misericordia jinetea todos los océanos", todas las tempestades, y da sentido al naufragio y toda destrucción, a cada muerte y a todas las muertes: "una cose– cha que llevó a Ti su grano". San Francisco se hace presente también en ese escenario ("Padre Francis– co, goza este acontecimiento / tú llevado hasta la Vida muerta"), autentificando y marcando con el sello de sus cinco llagas, "visión de aquel amor crucificado", las cinco muertes de sus cinco hijas. Denso y difícil, pero con un riguroso y novedoso -y es poco decir- desa– rrollo conceptual y formal, una compleja y contrastada construcción rítmica y un deslumbrante y muchas veces áspero juego de imágenes y símbolos, el poema exhibe una variedad y riqueza cromáticas excepcionales. No dudamos en afirmar que se trata de una de las cumbres de la poesía religiosa de todos los tiempos. Conclusión Si la vida de Gerald Manley Hopkins fue tan contradictoria y paradójica - toda existencia auténtica lo es-, y a la vez tan coherente, no fue solo a causa de su "fragilidad" o sus limitaciones y enfermedad; lo fue principalmente porque no se resignó a ser un conspicuo e ilustrado "hombre de Oxford" y un "devoto anglicano" , o como él decía, "un crédito para la religión", ni tampoco un "buen jesuita" - lo fue, y más que eso- . Eligió el camino más difícil, el de la libertad in– terior y la autenticidad, la verdad sobre sí mismo, "es el dedo de Dios tocando la auténtica vena de mi personalidad", fiel a sus más profundas y personales aspira– ciones y tendencias, a su genio creativo y a lo que entendía, no siempre bien ins– pirado, como exigencias de su fe y su vocación religiosa. Se sabía singular y distinto, y aceptó su destino sin hacerse demasiadas ilu– siones acerca de sí mismo y de la validez de su propia obra literaria, sin sospe– char nunca que llegaría a ser contado entre los mayores poetas de su tiempo. La suya fue una existencia profunda, y la conquista de esa profundidad le exigió renuncias a veces innecesarias, obsesionado como estuvo siempre por una búsqueda de alguna manera utópica de la "más alta belleza, la gracia toda" , que pudiera incluso haberlo frustrado, no sólo como poeta, sino también como cristia– no y religioso. No fue así por la gracia de Dios, porque a pesar de sus tendencias represi– vas y obsesivas y su puritanismo, fue siempre fiel a la "dominante" de su "línea y estado: el Amor" , y porque amó también con una ternura y una delicadeza in– comparables a todas las criaturas de Dios, elevándose desde ellas hasta el que es la Fuente de toda belleza. 243
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