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242 bién la naturaleza se lamenta por un bien perdido" (Schelling, citado por P. Ti– llich, en Se conmueven los cimientos de la tierra, Barcelona (1978), p. 130). Pero, desde esta perspectiva, la de la "agonía" del mundo y la propia expe– riencia de desintegración y disolución, "el río que durando se destruye" (Neruda), es donde Hopkins se abre a una esperanza liberadora y al "consuelo de la resu– rrección": "No, desesperación, tú, no, consuelo / de la carroña / no serás mi fes– tín.. . ¿Por qué me aventas / en borrascosas ráfagas / a mí, apilado acerbo, enlo– quecido / por huirte, escapar? / ¿Por qué? Para que vuele el tamo y que mi trigo / yazga limpio y desnudo" (Consolación de la carroña). Y esto por su profunda fe y su grandiosa concepción inspirada en Duns Scoto de la presencia sacramental y sacrificial (eucarística: "la fe, sin eso, dice, es tenebrosa, peligrosa, ilógica") de Cristo en el mundo , aun antes de la creación, que Hopkins traduce con su pecu– liar lenguaje expresivo y simbólico, extremando la hipóte~is del Doctor Sutil: "La primera intención de Dios fuera de sí mismo, como se dice ad extra, el primer impulso hacia el exterior (outstress) de la potencia divina, fue Cristo; y nosotros debemos admitir que el siguiente fue la bienaventurada Virgen María. Pero, ¿por qué el Hijo ha sa– lido así del Padre, no solamente en su generación intrínseca eterna de la Trinidad, sino también de una manera extrínseca, y menos que eternal, digamos eónica. Es para glorificar a Dios, y esto por el sacrificio, un sacrificio ofrecido en el desierto vacío fuera de Dios... este sacrificio y esta generación hacia afuera son consecuencia y un reflejo de la genera– ción desde la Trinidad, misterio del que todo sacrificio trae su origen, pero de esto no quie– ro hablar ahora. Es como si la bendita agonía y la tensión de sí mismo en Dios hubiesen hecho saltar gotas de sudor y sangre, y que estas gotas fueran el mundo; o como si las lum– breras encendidas en la fi esta de la 'pacífica Trinidad' se hubiesen escapado por algunas pequeñas grietas y hubieran hecho así iluminar un sector del mundo de las criaturas posi– bles. El sacrificio sería la Eucaristía" (Sermones). La espiritualidad de Hopkins es una espiritualidad pascual, porque está en– raizada en una búsqueda apasionada y en una casi exasperante tensión hacia el futuro: Dios. La suya fue una existencia "agónica", es decir marcada por la lucha consigo mismo y con Dios. Sus frustraciones fueron fruto de su puritanismo an– glicano y su perfeccionismo, pero se advierte también en su poesía una secreta complacencia en sus propias desolaciones, especialmente al final de su vida, cuan– do se podía esperar, teniendo en cuenta la intensidad de su anhelo y su esencial fidelidad a sus compromisos religiosos, que se abandonara en las manos de Dios en lugar de retarlo y enfrentarlo casi como si fuera un enemigo, o al menos un adversario: "Si fueras un enemigo, Oh Tú, mi amigo, / ¿podrías desbaratarme, me pregunto / peor aún de lo que me derrotas?" (Terribles sonetos). Por este "ca– mino de detestación y desesperación" llegó incluso a una total y totalmente in– justa desestima de sí mismo: "Yo, eunuco del tiempo, no consigo criar nada que viva". Encontró la paz y una alegría desbordante que brotó como un surtidor de la propia raíz de su desamparo cuando dejó de alardear, por decirlo así, de su pro– pia desolación, y agotado e inerme por la fiebre tifoidea se tendió desnudo en el lecho, como Cristo en la cruz, a esperar la muerte. El naufragio del Deutschland, una verdadera sinfonía pascual, bien podría ser considerada como una alegoría de la propia vida del autor, y en cierto senti– do también una profecía, ya que fue su primer gran poema religioso. Se trata de un original y dinámico contrapunto entre el hundimiento de ese barco en la de– sembocadura del Támesis y la muerte de cinco hermanas franciscanas expulsadas de Alemania que viajaban en él y los propios sentimientos y los estados de alma del autor, empujado "con horrores de vértigo al abismo", en su lucha con Dios, "margen del mundo, vaivén del mar". El análisis de este magnífico poema, por su originalidad, su esplendor for– mal y su densidad teológica, podría llenar muchas páginas, y de hecho las ha lle– nado ya. Su tema central es la antítesis muerte-vida, con otros muchos sub-temas

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