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o "notitia excessiva", expresión de san Buenaventura para expresar el arrobo extá– tico, que sin duda Hopkins experimentó, como lo demuestran algunos de sus poe– mas -siempre fue muy celoso por ocultar lo que él llamaba sus "secretos"-. De todos modos, muchos de sus poemas revelan estados de verdadera "so– bre-elevación" o de una verdadera y a veces subida contemplación. En todos esos poemas la realidad objetiva aparece como liberada de la materia, espiritualizada, de manera que la inteligencia y la voluntad encuentran el camino expedito para descubrir, a través de esa realidad recreada por el poeta, esa materia imaginada, los vestigios de Dios y las semillas del Verbo, presente "ejemplarmente" en las criaturas. Todo esto es pura doctrina bonaventuriana, y también hopkiniana. Otro de los aspectos de Hopkins que remiten claramente al Doctor seráfi– co es su exaltada admiración por la multiplicidad y variedad de la belleza creada, su "regularidad y parecido, templado con la irregularidad y diferencia", de modo que se podría decir metafóricamente que cada cosa es un poema rimado, afirma Hopkins. San Buenaventura canta un himno a la grandeza de Dios en su Itine– rarium, considerando el origen, grandeza, multitud, hermosura, plenitud, múlti– ple operación y orden de las cosas, que "dan a entender manifiestamente la prima– cía, sublimidad y dignidad del Primer Principio" (Itinerario, I, 14), cuyo Espíritu contempla bellamente Hopkins como empollando la belleza del mundo: "sobre el mundo escorado/ lo cobija con su caliente seno y sus brillantes alas". Para san Buenaventura, el universo de Dios no es una masa inerte sino una tensión ardiente, el "macrocosmos" que debe armonizarse progresivamente con el "microcosmos", "nuestra alma, que se dice mundo menor", a través de un proceso de "especulación" e iluminación que vaya revelando su oculto misterio (Itinerario II, 2) , porque las criaturas no son otra cosa que espéculos y copias del divino "ejemplar". Y su más perfecto trasunto es el Verbo, misteriosamente presente en la creación, que tiene así una figura cristológica, por potencia y presencia sacra– mental, "Cristo en diez mil formas", según la expresión de Hopkins, que "juega agradablemente en sus miembros, y con ojos que no son suyos se eleva a su Pa– dre por los trazos humanos". Y no solo "juega agradablemente" sino también "agoniza" en sus miembros. El más famoso poema de Hopkins, El naufragio, es la historia de la implicación de Dios y del Verbo hecho carne en la pasión de cinco monjas franciscanas, su Pascua. Su vida fue "encuentro y reflejo y cifra de Cristo doloroso, la marca de su hechura de hombre, cuya palabra es Sacrificado". Ya hemos dicho que la pro– pia vida y experiencia religiosa de Hopkins estuvo marcada también y aquilatada por el sufrimiento. En el ápice de esa experiencia, su larga noche del espíritu al final de su vida, y en la participación de "esa bendita agonía y tensión de sí mis– mo en Dios" de Cristo, es donde lo descubre sobre todo como Padre misericor– dioso: "Tú eres relámpago y amor, lo supe, y eres frío y calor, / padre y amante del corazón al que estrujaste, / y cuanto más oscuro tu paso más misericordioso" (El naufragio, 9) . La propia experiencia de las criaturas es para Hopkins luminosa y laceran– te a la vez, porque fue especialmente sensible a los aspectos trágicos de la natura– leza, y porque la "creación entera gime con dolores de parto, hasta que sea libe– rada de la corrupción" (Rom 8, 19-22). Y sabía muy bien, como Schelling, que "un velo de tristeza se extiende sobre toda la naturaleza, una profunda, implaca– ble melancolía recubre toda vida". Acaso esa sim-patía de Hopkins por las cria– turas de Dios tan "sujetas a la vanidad" -en varios poemas lo manifiesta con acen– tos casi dramáticos: "ioh, Cristo, toma, recibe, antes de que se corrompan / se nu– blen y agríen con pecado las almas inocentes!"- explica mejor que nada su pro– pensión a la melancolía. "El fondo más oscuro y profundo de la naturaleza es el anhelo... es la melancolía. Esta, sobre todo, crea la simpatía del hombre por la na– turaleza, porque en ella el fondo más profundo es, asimismo, la melancolía. Tam- 241
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